lunes, 6 de abril de 2020

TRES MIL OCHENTA Y UNO









He tenido clase de informática a través del teléfono de Facebook con una aplicación que le ha permitido entrar en mi pantalla y ha sido una buena idea, porque había perdido la conexión que tenía con el artefacto que ya era poca y ahora se había quedado en casi nula.
Tengo un profesor que sabe muchísimo de Apple, lo que no es fácil en este país.
Se llama Oscar Ciencia y es un fenómeno, parece una máquina, es como si conociera mi ordenador y hace lo que le da la gana con él.
Hasta que llegué a Los Ángeles no había tocado un ratón.
Ni siquiera sabía el propósito de un ordenador.
En la Pepperdine University a la que asistí para mejorar mi inglés, que también estaba verde, tenía clase de informática y allí todos los ordenadores eran Apple.
Para poder enterarme de algo y no sentirme perdida, tomaba clases particulares con una profesora que sabía muchísimo, se pasaba la vida delante de su ordenador y su hija trabajaba en el MIT.
A pesar de mis esfuerzos, no conseguí aprender demasiado pero por lo menos llegué a Bilbao y supe lo que quería:
Un Mac y ser capaz de hacer mi propia web, para lo cual tuve que recorrer varias academias hasta encontrar una en la que trabajaran con Apple.
Me iba todas las tardes a Bilbao después de comer y allí, rodeada de gente muy joven y muy lista, conseguí familiarizarme un poco con el asunto, solo un poco, mi cabeza no daba para más y a medida que me voy haciendo mayor y me atacan las enfermedades voy perdiendo facultades.
Duele.
Tengo la sensación de haber hecho las cosas al revés.
Cuando me correspondía estudiar, en vez de hacerlo me convertí en una mujer casada y madre de tres hijos, con la responsabilidad de llevar una casa y todo lo que eso conlleva.
Al principio estaba muy contenta pero pronto empecé a darme cuanta de que tal vez me había precipitado.
Ese ha sido y sigue siendo, en alguna medida, mi problema.
Ahora, hecha un vejestorio intento corregirlo.
Por lo menos estoy viva y agradecida.
   






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