martes, 21 de abril de 2020

TRES MIL NOVENTA Y CUATRO










Me río de mí misma porque no doy una.
Cuando me creo que ya está todo solucionado meto una pata nueva.
No quiero ser negativa pero tampoco me apetece mentir y decir que todo va bien.
Mi problema principal es la precipitación porque de ella deriva que cometa errores y eso hace que me ponga nerviosa y los nervios me llevan al infierno directamente.
Con lo feliz que soy cuando estoy relajadita y tranquila, ese estado es el cielo.

Por la mañana he ido al hospital, me han tratado muy bien, me estaban esperando lo cual no es habitual, he visto a gente que conozco que todavía estaban allí.
Me han sacado médula y sangre y en la próxima consulta me dirán el resultado.
Si la médula está bien, la sangre también, eso es lo que creo haber aprendido en todos los meses que he pasado en el área de hematología.
Me dijeron el primer día que fui que saldría de allí siendo una experta en leucemia pero no dieron en el clavo porque los médicos no hablan y las enfermeras menos, no tiene por qué saber, bastante hacen con pinchar bien lo que no es fácil, excepto a los que tenemos reservorio como yo.
En la buena hora me lo pusieron.
Me advirtió el celador que me llevó en la cama al quirófano:

Vas a solucionar un problema para toda la vida, vas a estar encantada.

¡Qué razón tenía!
Me dolió muchísimo y lo aguanté estoicamente, me comporté como una momia, no me moví ni un milímetro y cada día agradezco la suerte que tuve.
Es una de las cosas importantes que he hecho en mi vida.
Ahora tendré que ocuparme de su mantenimiento pero hasta eso lo acepto con entusiasmo.
Me quitaron un peso de encima.












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