lunes, 11 de marzo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS VEINTICUATRO








Una amiga me ha recomendado la serie sobre el asesinato de Gianni Versace y he visto el primer capítulo que me ha impresionado y recordado que yo estaba en Miami cuando sucedió la tragedia.
Fue algo tan inesperado que, a pesar de que no conocía personalmente a Gianni, me tocó el corazón.
Miami beach lloró su muerte.

En aquellos años yo iba a menudo a Miami para asistir a los eventos de Prem Rawat quien años antes había residido en esa ciudad.
Al principio Miami me gustaba, incluso me hipnotizaba a pesar del intenso calor al que no estaba acostumbrada.
La arquitectura déco era nueva para mi y el colorido de todo lo que veían mis ojos, también. 
Miami parecía un cuanto de hadas. 
Nunca había visto nada parecido a pesar de que para entonces ya había dado la vuelta al mundo y había estado en muchos lugares extraordinarios, pero Miami tenía algo muy especial, parecía de mentira.
El Caribe es incomparable o por lo menos así me lo parecía.
La primera sensación al salir del aeropuerto y encontrarme con ese calor seco y único me hizo pensar al revés: Creía que el aire acondicionado que había sentido en el aeropuerto era el verdadero clima y que lo que experimentaba en la calle esperando al shuttle era artificial.
Hasta tal punto me fascinaba que incluso después de haber vivido tres años en Los Ángeles, llegué a pensar en Miami como posible residencia, hasta que un amigo que lleva años viviendo allí me comentó que había muchos mosquitos, ante lo cual rechacé ese pensamiento.
Además, el agua del mar era tan caliente que no disfrutaba, añoraba el Cantábrico.
Tampoco me gustaba la comida, excepto la cubana que era buena pero engordaba.
Poco a poco, a medida que iba adentrándome en el conocimiento de Miami me fui dando cuenta de que no estoy hecha para esos mundos de fantasía.
De hecho, recuerdo que la última vez que estuve allí, me impresionó tanto la belleza de la gente, los cochazos impolutos, las tiendas de Ocean Dr. abiertas hasta las tantas de la madrugada, mezcladas con los restaurantes carísimos, la gente patinando y una vez más el art déco por doquier, que al volver a Bilbao, me sentí feliz en mi elemento.

Miami no es para mi, no encajo en ese ambiente de excesos.







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