martes, 26 de marzo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS TREINTA Y TRES








Por fin ayer pude ve “Dolor y gloria” magistral película de Pedro Almodóvar.
A pesar de las críticas y entrevistas de las que me había empapado, no estaba preparada.
Me sorprendieron algunos asuntos que desconocía, por lo que me sentí muy incómoda hasta el punto de pensar en salirme del cine, pero aguanté estoicamente de lo cual me alegro, ya que visto en la distancia, era un sentimiento demasiado subjetivo.
Creo que pasará a la historia como una película de culto.
Es dramática, intensa, llevada a cabo desde el corazón.
Dentro de la película hay una magnífica obra de teatro y un momento del rodaje cuya estética alcanza cotas sublimes, dignas de un cuadro que podría estar colgado en el museo del Prado junto a Las Hilanderas de Velázquez, por nombrar cualquiera al azar o “Vieja friendo huevos”.

Se me ha quedado grabado en la retina:
Penélope Cruz en la instalación organizada de improviso por circunstancias ajenas a su voluntad, en una parada del viaje a su nueva casa, durmiendo con su hijo.
Una auténtica belleza.

Antonio Banderas borda su papel y la historia basada en la autobiografía del director, me llegó al alma.
Las cuevas de Paterna me fascinaron, no solo no las conocía sino que ni siquiera había imaginado que existiera un lugar tan extraterrestre cerca de mi casa.
He recorrido medio mundo y todavía no conozco mi entorno más cercano. 
Extraordinaria película del más que brillante Pedro Almodóvar, en la que se entrega en cuerpo y alma, hasta el punto de mostrar su propio hogar con pinacoteca y lecturas.
Al ver un libro de Antonio López, recordé que hace muchos años, le preguntaron al pintor a ver qué director de cine le gustaba y nombró a Almodovar.

Me pareció valiente porque era al principio, cuando todavía no tenía el reconocimiento internacional.








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