martes, 5 de marzo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS DIEZ Y NUEVE








He ido al centro comercial Artea y me he encontrado a las dependientas muy guapas, vestidas de japonesas.
Me ha sorprendido porque desconocía que hoy es martes de carnaval.
Recuerdo una vez que celebré ese día disfrazándome.
Sucedió hace unos cuantos años en un barcito de Neguri, el Café a Gogó, al que iba a menudo y conocía a todo el mundo, incluidas dueña y camareras. 
Hablaron tanto de la fiesta de disfraces que estaban organizando que, aunque la idea no me atraía especialmente, me animé, pensé en el asunto y decidí vestirme de mujer árabe con un burka.
Acababa de estar en India, donde me habían hecho a medida un traje del estilo Punjab, que consistía en un pantalón negro un poco abombachado, el vestido y un chal.
A pesar de que en India no se considera adecuado que una mujer se vista de negro, a mi me apeteció.
Como el chal era muy grande, de una tele suave, ligera y tupida, compré un trozo de encaje negro en una mercería y lo cosí como Dios me dio a entender en la parte de los ojos, sujetándolo por dentro con una goma que se ajustaba a la cabeza.
En el aeropuerto de isla Mauricio vi unas mujeres árabes acompañando a su marido que, a pesar de estar en pleno verano, iban vestidas de negro con burka, calcetines y guantes, por lo que no enseñaban nada de carne. 
Me impresionaron, nunca las había visto tan de cerca.

Tuve que hacer un pequeño esfuerzo para aparecer en el Gogó de incógnito total.
Cuando entré ya había bastante gente, estaban disfrazados, eran mis amigos, conocía a todos en mayor o menor medida.
En el momento en que aparecí, el bar enmudeció.
No se oía nada excepto algunos murmullos.
Preguntaban a la camarera a ver quien era yo.
Me fui a una esquina de la barra y experimenté una sensación nueva, muy especial, algo que nunca había sentido.
Susana, la camarera me preguntó qué quería tomar y lo apunté en un papel.
Entraban más personas y al encontrarse con la extraña situación, se acoplaban al ambiente.
Un tío asiduo del bareto que estaba un poco piripi, se sentó en una banqueta a mi lado e intentó averiguar quién era yo, no podía contener su curiosidad, miró mis zapatos y por el tamaño se dio cuenta de que era una mujer, lo cual aumentó su interés.
Hizo un ligero ademán de levantarme el burka por lo que le echaron del bar.

Me resultó tan desagradable que me marché.

No he vuelto a disfrazarme desde aquel día.








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