lunes, 6 de diciembre de 2021

CUATRO MIL CUATROCIENTOS CINCUENTA Y OCHO

 





Fascinante el documental sobre las performances de Esther Ferrer.

Siempre me ha interesado su trabajo pero ver un documental dedicado solo a sus performances explicadas por ella me ha parecido un lujo, no solo me ha inspirado sino que he comprendido su modo de trabajar con el que puedo identificarme, algo que con pocos artistas me sucede ya que yo también parto de mis propias ideas, incluidas la técnicas, con la diferencia de que Esther es mucho más valiente que yo y más trabajadora, entre otras cosas.

Me encanta saber más de Esther Ferrer y lo que me duele es haberla conocido tarde, muy tarde, mucho después de que yo terminara la carrera de Bellas Artes, en donde nunca oí hablar de ella.

Yo empecé a estudiar Bellas Artes cuando tuve la suerte inmensa de que a alguien se le ocurrió organizar esos estudios en Bilbao, ni siquiera había un edificio específico.

A los que aprobamos el ingreso, cuarenta y cinco, nos instalaron en el museo de Arte Vasco situado en la plaza Unamuno de Bilbao, pusieron unos caballetes en el piso primero que daba al patio, nombraron director a Milicua, catedrático de historia del Arte y experto en Ribera el Españoleto, a quien no conocí, no creo que apareciera jamás por la escuela pero corría la prisa y dado que no había artistas vascos con título para nombrarles profesores, trajeron a algunos de San Jordi, Luis Badosa, de Olot, que pronto hizo las veces de director, daba Colorido y Composición, Paco Juan, Dibujo del natural y del antiguo, Vicente Larrea, escultor vasco que se había formado en el taller familiar ya que su padre y abuelo eran escultores, más tarde Sarasúa que nos daba procedimientos pictóricos y así fue formándose lo que hoy es una carrera en toda regla que se estudia en la universidad del país vasco, en Leioa. 

Creo que hoy en día ni siquiera es obligatorio dibujar y pintar, no estoy segura, hay muchas asignaturas que desconozco.

Durante una temporada vino Agustín Ibarrola que nos enseñó a hacer grabado con tinta en el suelo, no recuerdo el nombre de esa técnica, tal vez se llamaba linóleum, era muy práctica y no requería demasiados elementos.

Por la tarde teníamos clase de historia del arte y religión, estoy hablando del año 1971, todavía vivía Franco.

El horario era de 8 a 2 y de 4 a 6.

Los que teníamos ganas de pintar más podíamos ir los sábados por la mañana, yo iba siempre.

A la salida de clase solíamos ir a las galerías de arte para ver la exposiciones de Bilbao.

Allí desperté mi curiosidad hacia lo nuevo, hasta entonces solo conocía el museo de Bellas Artes de Bilbao, el museo Del Prado de Madrid y poco más.

La siguiente escuela, específicamente construida para que entraran todos los cursos se construyo en Sarriko, detrás de Económicas, allí es donde yo terminé mi carrera con el título de profesora de Dibujo.




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