sábado, 6 de junio de 2020

CUATRO MIL TREINTA Y CUATRO









Los sábados suelo estar cansada, solo me apetece ver una película en actitud pasiva con la sensación de que todavía tengo mucho tiempo por delante para no hacer nada importante, así que para el lunes ya estaré en la disposición correcta para enfrentarme a esas cosas que me ocupan a mi pesar, me refiero al Banco Santander.
Hoy he pasado un día maravilloso sin pensar en el horror.
Tengo la suerte de tener una vida apacible en la que solo me quedan algunos problemillas de salud que poco a poco espero se vayan solucionando y entre los asuntos que he dejado pasar durante los años que he estado incubando la leucemia, estaba el del banco.
También tengo entre manos el tema de vender mi pinacoteca.
Empecé a hablar con Subastas Bilbao, estaban dispuestos a venir a mi casa para ver lo que tenía pero me asusté, les dije que no podía recibir gente en casa y justo Jaime me dice que tiene un amigo alemán, Hugo, que se dedica a vender cuadros y que estaría encantado de vender los míos, le mandé el blog empezado y dejado a medias y ya hace quince días que no da señales de vida y ese tema tiene que ir para adelante no lo puedo detener, estoy decidida a deshacerme de casi todos los cuadros aunque me duela en el alma, en esta casa no cabemos todos.
O los cuadros o yo, pero todavía no estoy dispuesta a quemarlos como hacía Goenaga.
Detesto trabajar con hipótesis, no obstante ayer me vino a la cabeza con una claridad diáfana que ser pintora es lo peor que existe.
En mi caso ha sido un error.
Además de lo difícil que es pintar y más difícil todavía vender, nadie quiere cuadros, no caben en las casas, pesan muchísimo, manchan, ocupan un espacio inmenso, solo están a gusto en los museos que es el lugar que les corresponde.
Mi vida ha sido un trajín con los cuadros de aquí para allá.
Cuando expuse en Berlín era tan pobre que los intenté llevar en mi coche, iba con Mattin y en la autopista se cayeron, eran las Heridas, con cristales, fue excesivo, me puse enferma, la galerista me llamaba todo el tiempo, los galeristas se creen con derecho a maltratar al artista a no ser que sus cuadros se vendan como churros en cuyo caso le agasajan como hacía mi galerista de Madrid, nos forrábamos las dos y yo encantada de la vida hasta que me harté del bullicio madrileño, me paseaban por todos los restaurantes de moda y como llevaba tanto tiempo sin salir de Bilbao, todo me parecía estupendo, sobre todo tener dinero, parecía el corcho de una botella de Champagne, me fui a París a ver a Prem Rawat y de paso me compré ropa de Issaye Miyake, todo me parecía maravilloso, sobre todo tener dinero.
Cuando expuse en Australia no me dejaron sacarlos de Correos en Bilbao y me puse a llorar.
Al día siguiente me encontré las cajas con los cuadros en la puerta de mi casa.
No sé lo que pasó pero por lo menos los recuperé.
Cuando hice el homenaje al Athletic en Arteder, Roberto el de Windsor me dijo que pasara por su galería y cuando le llamé me dio largas.
Casi siempre me ha resultado difícil tratar con los galeristas.
Estoy entusiasmada de haber dejado la pintura, me he quitado un peso de encima.
Escribir es mucho más sencillo, ya me lo decía Oteiza, nada como una hoja en blanco y un lápiz, la poesía sale directa del corazón.
Lo peor de todo es que pintar es carísimo, solo comprar los materiales y el espacio que se necesita y se mancha todo, es muy desagradable.
Yo soy feliz con una mesa, una silla finlandesa en la que por muchas horas que esté sentada jamás me duele la espalda y un buen iMac de 27 pulgadas, el próximo será Pro, ya lo tengo decidido.












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