martes, 4 de diciembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS SETENTA Y DOS







Me encontraba alterada los últimos días.
Estaba comprometida con demasiadas actividades y tanto movimiento me perturbaba, así que hoy por la mañana me he dado de baja de las clases de escritura con Juan Bas. Además del problema de las escaleras, motivo más que suficiente para tomar la decisión de dejar de asistir, me he dado cuenta de que no era feliz. 
No me apetecía leer los cuentos de todos, casi no los entendía y los temas estaban muy alejados de mis gustos personales.
Veía que se aproximaba el martes y la idea de ir a Bilbao y someterme al escrutinio de Juan, cuyo método me había parecido bueno por severo, empezaba a hacer que me sintiera como cuando era pequeña y tenía que ir a la clase de aritmética.
No era de mi agrado.
Hay muchas clases de literatura y la novela negra no es mi fuerte.
Hace tiempo leí a Dashiell Hammett y a Patricia Highsmith y nunca me satisficieron, prefería las novelas de Agata Christie aunque no estuviera considerada como una escritora de tanta categoría.
Gracias a Dios he llegado a una edad en la que me puedo permitir el lujo de dedicar mi tiempo, lo más precioso que hay en la vida, a lo que me apetezca.
No tengo que rendir cuentas a nadie y puedo cambiar de opinión siempre que eso consiga que me sienta mejor.
Ahora estoy encantada.

Seguiré con las clases de Íñigo, que no me manda deberes ni me propone hacer textos con las  palabras contadas y sé, por experiencia que siempre voy con entusiasmo y salgo más contenta que cuando entro.











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