viernes, 7 de diciembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS SETENTA Y CINCO.








He ido a visitar a los caballos.
Necesitaba estar en contacto con la naturaleza y en vista del buen día que ha amanecido, he salido de casa sin rumbo fijo y de repente me he acordado de esos amigos que tanto me alegran la existencia.
En el camino de vuelta, un paseo con mucho encanto en el que hay árboles autóctonos y algún caserío abandonado, he pensado en mi diario y en mi vida, ambos forman parte de un todo o por lo menos debería ser así tal y como yo lo concibo. 
Una vez más vuelvo al mismo punto en el que me quedo estancada cada vez que reflexiono sobre la cantidad de situaciones importantes que omito.
No es exactamente que diga mentiras sino que escondo muchas cosas, demasiadas, lo que en definitiva significa que no me doy a conocer.
Amparada en que Beatriz me dijo que no le gustaba que hablara de su padre porque no está aquí para defenderse, lo que hago es no hablar de mi, porque si de verdad quisiera contar las asuntos verdaderamente importantes de mi vida, las actuaciones de los demás no serían sino la disculpa para mostrar cómo me he faltado al respeto a mi misma para conseguir lo que deseaba.

Ese es el fallo que hace que mi diario, por más que lo intente, no consigue llegar al fondo, tiene demasiados puntos oscuros.








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