miércoles, 26 de diciembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS OCHENTA Y NUEVE







El día veinticuatro cené en casa de mi hermano Gabriel.
Tanto él como su esposa Totola, que es gallega, son unos excelentes anfitriones. 
Me gustó el ambiente, la cena y los comensales.
Daba gusto saber que todos hablan un castellano impecable.
Recuerdo que Gabriel me corregía desde pequeña y me gustaba que lo hiciera. 
Me costaba conjugar el verbo convencer además de otras palabras que ya he olvidado.
Insisto en la importancia de estar con gente consciente de la palabra, me relaja.
Un sobrino, Jaime Oraa Ruiz de Velasco que ahora es diplomado comercial y vive en Senegal, quería ser escritor antes de dedicarse a estudiar una carrera y prepararse para la difícil oposición que, pienso, le ha convertido en un personaje literario.
Es un hombre culto, simpático, con gran sentido del humor que no descarta su vocación primordial. Me dejó leer un cuento que escribió siendo muy joven y me sorprendió.
Jaime tiene sus propias teorías respecto a la importancia que damos a la RAE.
Gabriel y yo la respetamos aunque a mi, a veces me disgusta las concesiones que hace a lo que se considera términos “catetos” como almóndiga o toballa.
Acepto con más facilidad los anglicismos, no me queda más remedio.

El mundo gira en inglés.







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