viernes, 28 de diciembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS NOVENTA







Ayer salí por la noche y hacía frío.
Hoy he pasado el día en casa, destemplada, me ha costado entrar en calor a pesar de la calefacción, era como si tuviera el frío dentro de mi.
He cancelado la cita que tenía con la masajista, me asustaba la idea de salir a la calle.
No tenía ganas de concentrarme, aún así me he sentado delante del ordenador, he intentado encontrar una serie de las que me habían recomendado con entusiasmo y sin embargo nada me atraía, nada de lo que veía se acoplaba a lo que yo necesitaba.
He insistido y por fin, ajena a las sugerencias de mis amigas, me ha llamado la atención una miniserie rusa, con la única referencia de alguien que la había visto y no comprendía que hubiera pasado inadvertida, dada su importancia.
Se llama “Trotsky”.
He visto el primer capítulo y me ha fascinado.
Guardo en mi memoria una especie de venganza soterrada por todo lo que me ocultaban cuando era pequeña y mi curiosidad se ha acrecentado a lo largo de la vida sin haber conseguido, todavía, tener una idea clara sobre la revolución rusa.
El primer comunista que conocí fue Agustín Ibarrola que vino a la escuela de Bellas Artes para darnos un cursillo de estampación recién inaugurada la carrera, en el museo de Arqueología de la plaza de Unamuno de Bilbao. 
Había estado mucho tiempo en la cárcel no obstante ya conocía su obra, que se exponía con regularidad en la galería Mikeldi de Bilbao.
Gracias al estudio de Bellas Artes y a las constantes visitas a todas las galerías de arte, entré en contacto con un mundo nuevo para mi, de gente interesada en campos de la cultura que yo desconocía hasta entonces, con ideas e intereses diferentes que yo solo sabía que existían por los libros que leía.
Tal vez a través de esta serie pueda por fin poner orden en mis ideas.














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