sábado, 15 de diciembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS OCHENTA Y DOS








Desde hace unas semanas me siento diferente, me he soltado.
He decidido dejarme llevar por la vagancia, lo cual no significa no hacer nada sino no sentirme obligada a nada, que es muy diferente.
Incluso dentro de las pocas obligaciones que lleva consigo la vida, hay algunas que las hacía con cierta sensación de deber, como si tuviera que rendir cuentas a alguien, algún trauma católico y/o familiar que por más que he hecho terapias para librarme de ellos, a veces se presentan con cierto disimulo disfrazados de algo en lo que no reparo, hasta que me doy cuenta de que me estoy dejando tomar el pelo.
Una de esas cosas en las que noto mi nueva actitud es que prefiero hablar y leer en castellano.
Me han gustado los idiomas a rabiar y nunca desaprovechaba una ocasión para practicar el inglés y el francés, pero ahora no me apetece hacer esfuerzos de ninguna clase.
Quiero vivir como si estuviera jubilada. 
Despertarme por la mañana y saber que tengo todo el día por delante para hacer lo que me apetezca, en eso radica mi nueva actitud frente a la vida.

Una gozada.







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