lunes, 31 de diciembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS NOVENTA Y DOS








Ayer vi “Yuli”, la película de Icíar Boollaín.
Lo que más me interesó fue La Habana. Siento mucha curiosidad por ese país que despierta tantas pasiones.
Hace tiempo estuve haciendo regresiones con Cecilia, terapista argentina residente en Algorta, que me ayudó a reconciliarme conmigo misma.
Hablábamos de todo y ella sacaba conclusiones que me ayudaban a conocerme mejor.
En un momento dado me dijo que a través de lo que le contaba sobre mis gustos e intereses, dedujo que yo sería feliz en La Habana.
No me extrañó, pero hay una parte de mi que echaría demasiado en falta la comodidad.
Me gusta mucho la idea de que no existan las clases sociales y de que la gente se trate de igual a igual. Debido a la educación que es obligatoria, pública y gratuita, el nivel cultural es alto y eso ayuda.
También la sanidad es reconocida por su excelencia y eficiencia. La salud en Cuba es pública y gratuita, no existen hospitales privados ni seguros médicos.

Por otro lado, según palabras de Odita que estuvo el año pasado:

“No hay nada, abuela, ni siquiera aire, no se pude respirar”

El clima no me gustaría, detesto el exceso de calor y la humedad no me sienta bien.
Me encantan los coches que se ven en las películas, supongo que sacaría millones de fotos en el malecón y muchas cosas bonitas que en la distancia, se idealizan.

Cuando vivía en Málibu, salí con un nicaragüense mulato que había vivido allí desde los cuatro años, tocaba el bajo en una orquesta de salsa en los clubs de Los Ángeles, por lo que los sábados solía ir con mi amiga Claudie que había abandonado a su marido en París y nos sentábamos en una mesita.
Los cubanos nos sacaban a bailar. 
Era muy fácil, yo no tenía que hacer nada más que dejarme llevar. A ellos les gustaba bailar y lo hacían muy bien. No tenía nada que ver con el recuerdo que yo guardaba de mi juventud en Getxo, cuando era habitual que los chicos forzaran las cosas y hacían que bailar, en vez de un placer, resultara violento.

También me acerqué un poco a Cuba durante unos días que pasé en casa de una amiga cubana que vivía en Miami, en la pequeña Habana y pude comprobar que los cubanos son abiertos, cariñosos y grandes conversadores. 

También me gustó la comida.






No hay comentarios:

Publicar un comentario