viernes, 21 de diciembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS OCHENTA Y CINCO








Recién llegada de Barcelona a donde había ido para asistir a la conferencia de Prem Rawat.
Siempre que estoy con él me siento renovada no obstante esta vez ha sido excepcional.
Aterricé en Barcelona agotada y con esa especie de complejo de enferma en el que me permito refugiarme, para dar rienda suelta a la vagancia que a veces se apodera de mí.
Al volver a Bilbao me encontré pletórica, experimenté una fuerza desconocida.
Me encontraba tan potente que hasta la rodilla maltrecha de la que los mejores traumatólogos me han hecho perder la esperanza de recuperación, redujo su importancia y se convirtió en una heridita a la que le hubiera puesto una tirita.
Todo lo de Barcelona fue maravilloso, a pesar del pequeño percance que sucedió en Travesera de Gracia.
Me suele gustar estrenar algo cuando voy a los eventos de Prem Rawat. Es mi gran fiesta y me apetece, dentro de mis posibilidades, ponerme un poco más arreglada de lo habitual, por lo que encargué a través de internet una falda tubo negra ¡cómo no! canalé que tenía pinta de ser cómoda y de reducir mi tamaño.
Cuando la vi me encantó, me la probé y me pareció perfecta, ya tenía lo que deseaba.
En el hotel me la puse, me miré en el espejo y comprobé que me quedaba tan encajada que me hacía parecer una sirena.
Llegué hasta mi asiento sin problemas pero cuando me levanté para ir al cuarto de baño que estaba lejos, noté con cierto pavor, que la falda se deslizaba.
Al principio el canalé de la cintura parecía que se ajustaba pero no fue así.
Al no tener algo que la sujetara, tenía que meterme la mano por debajo de la camiseta para mantenerla en su sitio.
Intenté no preocuparme demasiado aunque era consciente de que esa falda no servía para nada, pero aguanté el tipo hasta que conseguimos un taxi, algo difícil en el palacio de los congresos.
Ya dentro del taxi me sentí reconfortada.
Alejandra, el taxista y yo charlamos con alegría y al llegar al hotel ya me había olvidado del pequeño problema, hasta que salí del taxi y me di cuanta de que la falda estaba en el suelo y mis piernas, cubiertas con unas medias de esas que llegan hasta la cintura de “animal print” que me había comprado en Calcedonia para completar mi atuendo, era lo único que quedaba a la vista.
Sucedió muy rápido, no sé si alguien me vio.
Me agaché, me subí la falda y sujetándola, entré en el hotel.













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