domingo, 18 de noviembre de 2018

DOS MIL QUNIENTOS CINCUENTA Y SIETE







Por fin ayer tomé la decisión de no seguir con el libro de Jaime.
Me ha contestado diciendo que lo entiende perfectamente, porque su manera de escribir es dejándose llevar por todas las ideas que le vienen a la cabeza como si fuera un chorro de todo mezclado por lo que sin ni siquiera mirarlo, me lo mandaba y llegaba a mi como el camión de la basura.
Me resultaba inaudito.
No podía creer que alguien fuera capaz de soltar todo lo que se le ocurre y ponerlo en las manos de otra persona, aunque sea su propia madre.
Diferentes conceptos sobre el significado de la dignidad.
Jaime es un gran deportista, nunca se ha definido como artista.

Me he alegrado de quitarme ese peso de encima.

Por otro lado tengo buenas noticias respecto a mi pasión por la escritura.
El martes empiezo un cursillo con Juan Bas, escritor bilbaíno que ha recibido múltiples premios y a quien he leído con interés desde que publicó Alacranes en su tinta.
Las dos clases mensuales que tomo con Íñigo Larroque me parecían insuficientes para lo sedienta que estoy por aprender.
Completando ambos profesores creo que aprenderé más y sobre todo más rápido.
No me sobra el tiempo.
Tengo setenta y dos años y aunque carezco de pretensiones, soy consciente de que nunca seré Margaret Atwood, estoy empeñada en enterarme de qué trata la literatura.

En mi actual concepto de la vida, escribir no es trabajar.
Pasarme muchas horas delante del ordenador me proporciona felicidad.
Me resulta más difícil hacer vida social, en la que considero que he perdido mucho tiempo.

Estoy contenta con el nuevo proyecto.







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