lunes, 26 de noviembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS SESENTA Y CINCO







Me molesta que se me contagien los errores que comete la gente al hablar de lo que no sabe.
No sé hindi a pesar de que empecé a estudiarlo, no solo porque me encanta la India sino porque en un momento dado en que tenía repartidos enseres en cuatro continentes, acaricié la idea de quedarme en ese maravilloso país. 
Visité la universidad cercana al Ashram de Aurobindo que era donde siempre me hospedaba pero, acostumbrada a la Pepperdine University de Malibu en la que estudiaba Inglés Americano en aquella época, creo que el contraste me resultó excesivo.
Había vivido en Los Ángeles durante tres maravilloso años y el propósito que me llevó allí se acababa.
Tenía que tomar una decisión: ¿a donde voy ahora?
Hablo de esta circunstancias solo para dar a entender que aunque mi hindi es mínimo, estoy segura de que es bastante más amplio que el de algunas personas con las que he hablado los últimos días, quienes al comentarles que habían abierto un restaurante indio en Bilbao, me seguían la conversación cambiando la palabra “indio” por “hindú” y yo, sin darme cuenta, hice mío el equívoco y cuando fui a comer a ese lugar encantador, al hablar con el encargado que es paquistaní y enterarme de que el camarero de la gran sonrisa es nepalí, le pregunté:
¿No hay ningún “hindú”?
A lo que con delicadeza, respondió que el significado de esa palabra está relacionado con el hinduismo.

Más claro imposible.









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