jueves, 22 de noviembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS SESENTA Y UNO







Creo que las clases con Juan Bas me van a meter en vereda.
Ayer estuve leyendo algunos textos de mi diario y me sentí un poco avergonzada, la verdad. No sé cómo me he atrevido a publicar algo tan verde y poco trabajado.
Todo lo que me ayude a “caer del guindo” * es de agradecer.
Nunca es demasiado tarde.
Escribir como Dios manda, no digo ya medianamente bien, sino con un mínimo de corrección, es difícil.
Usamos tanto la palabra, bien sea hablada, escrita, leída, oída, que no le damos la importancia que tiene. Nos defendemos y ya nos creemos que es suficiente. Pero de ahí a que un texto alcance la gloria que perdura en nuestro receptor poético, es otro cantar.
Después de haber ojeado esos textos ante los que humildemente comprendí que tengo mucho que aprender, leí un cuento de Julio Cortázar que me llegó al alma y que, a pesar de que ha transcurrido una noche entera todavía lo tengo incrustado en mí: Casa Tomada.
No tengo nada que decir excepto que me conmovió hasta lo más profundo de mi corazón.
Eso es escribir.


*expresión usada por mi hermano Javier para advertirme que me engañaba a mí misma.







No hay comentarios:

Publicar un comentario