miércoles, 21 de noviembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS SESENTA







Creo que he acertado apuntándome al cursillo de escritura con Juan Bas.
Requiere un esfuerzo con el que no había contado y es que hay que subir escaleras.
No solo las detesto sino que corro un peligro extra; tengo terror a las caídas.
Si lo hubiera sabido de antemano habría dado marcha atrás, pero me enteré cuando ya estaba en el portal buscando el ascensor.
“El que algo quiere, algo le cuesta” 
Y yo estoy empeñada en aprender a escribir.
Juan Bas es un erudito en el tema; con él puedo aprender algo a lo que Íñigo Larroque no da demasiada importancia y a mi me parece bueno, como base sólida para saber qué terreno piso:
Se trata de Academia. Juan Bas pisa un terreno firme basado en las reglas de la escritura y en la RAE.
Y yo, humildemente, me someteré a esas reglas y más adelante, cuando haya comprendido los elementos fundamentales, tal vez las tire por la ventana o haga con ellas lo que Dios me dé a entender.
En mayor o menos medida eso es lo que hice con la pintura.
Estudié la carrera de BBAA y luego me dediqué a investigar en mis propios proyectos, en los que aparte de las series de cuadros al óleo, poca relación tenían con las asignaturas que me habían enseñado en la escuela de Bilbao, en la que pertenecí a la primera promoción, cuyas asignaturas estaban basadas en el clasicismo de san Fernando.
Todo era rancio, incluso los títulos de las materias. Ejemplo:
Dibujo del natural y del antiguo y no quiero acordarme de las demás porque me dan ganas de llorar.
Las mujeres modelos posaban desnudas pero a los hombres les ponían un taparrabos.

Se trata de ampliar mis horizontes y si realmente me gusta escribir y quiero hacerlo bien, no me queda más remedio que intentarlo.









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