martes, 22 de diciembre de 2020

CUATRO MIL DOSCIENTOS DOS

 




Los libros me acompañan, lo han hecho siempre, desde que era pequeña, creo que me gustaba más leer que jugar, aunque cuando estaba con las amigas del colegio, también me dedicaba a hacer teatro, yo hacía todo, escribía el texto, elegía los personajes, dirigía la obra y en la fiesta de mi cumpleaños la representábamos para el resto de las invitadas, se da por supuesto que yo era la protagonista. 

Eso sucedía antes de que me llevaran interna a Madrid, allí no recuerdo haber hecho obras de teatro, me dedicaba más a la pintura, mi vocación estaba clara, sabía que quería ser pintora hasta tal extremo, que me conformaba con serlo incluso si pintaba mal.

Tomaba clase los sábados por la tarde, allí aprendí a tratar el óleo de una manera muy convencional, no sabía distinguir lo bueno de lo malo ni lo moderno de lo antiguo, así que era muy feliz, además me dieron las llaves del estudio y recuerdo que pasé muchas horas allí, sola, pintando, dibujando o leyendo, disfrutando de la libertad, nunca se dieron cuenta o, por lo menos no lo recuerdo.

Más tarde, en Burdeos pintaba bastante, y también seguí con el teatro.

Hice una obra relacionada con los toros y les gustó tanto que me hicieron repetirla para los padres.

La creatividad ha sido parte de mi existencia, no tengo miedo cuando algo se puede solucionar con algo que tenga que inventar, me preocupa más lo contrario, tener que hacer algo que ya se ha hecho de esa manera muchas veces.

Ahora, en este periodo de mi vida en que he abandonado la pintura y he abordado la escritura me siento en un terreno de arenas movedizas, no tengo la sensación de saber el terreno que piso como tenía con la pintura por hacer estudiado Bellas Arte, no me importa, lo acepto con entusiasmo ya que mi ambición hoy en día no es el éxito sino aprender a ser humilde, que es lo que más me cuesta y lo que me hace más feliz.






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