jueves, 17 de diciembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO NOVENTA Y NUEVE

 




He pasado un buen rato de la tarde en el Caribe, desde que tengo lumbago lo único que me apetece es estar sentada o tumbada sin hacer nada, excepto ver la televisión, me distraigo y me olvido del dolor.

Me ha dicho Jaime que el lumbago me ha venido por ver basura televisiva y por estar pendiente de lo que sucede en la familia Pantoja y en España con el rey emérito, al principio me he quedado un poco perpleja, luego lo he pensado mejor y tal vez tenga razón.

Todo ha empezado porque le he contado que había empezado a leer el libro Yo, el rey de Pilar Eyre y que me estaba pareciendo pura basura, no me había dado cuenta de que Jaime considera que el rey emérito es una mala persona y a mí me resulta difícil decir eso de alguien solo porque robe o sea infiel a su esposa, aunque sé que existen personas que no son buenas y que son capaces de hacer daño solo por placer, cosa que me disgusta y me produce temor, no quisiera tratar con gente así.

Casi nunca estamos de acuerdo Jaime y yo cuando hablamos, nuestras conversaciones suelen ser divergentes, se me ocurrió preguntarle a ver qué tal estaba con su nueva amiga y me dijo que era mejor no decirme nada, porque en seguida se entera todo el mundo y no le hace gracia, es lo malo de vivir con una reportera (sic).

Me hizo gracia, le entiendo, tiene que ser una lata vivir con una persona como yo, que escribo lo que me sucede con las personas con las que convivo, a no ser que te divierta que hablen de ti.

Tuve un amigo escritor que publicaba en su blog casi todos los días y hablaba de mí, pero era tan discreto que me cambió el nombre, me puso Margarita, pronto me di cuenta de que hablaba de mí, porque no cambiaba nada de lo sucedido, se limitaba a narrar con quien había estado y poco más, a mis amigas también les cambió el nombre.

Era político y tenía dos personalidades completamente diferentes, por un lado era culto, sensible, podía hablar con él de lo que me diera la gana y me gustaban sus opiniones, no obstante cuando se trataba de política se volvía fundamentalista, era imposible llegar a un acuerdo, además, cuando venía a Bilbao le ponían dos escoltas que le acompañaban a todas partes, lo peor no era eso sino que me avisaba varios días antes para quedar, porque tenía que avisar a los escoltas y si algo detesto en esta vida es comprometerme con antelación, nunca sé lo que me va a apetecer al día siguiente.









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