martes, 1 de diciembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO OCHENTA Y CUATRO

 



La pandemia está cambiando la vida de las personas y en mi caso concreto he tenido suerte, porque al haber pasado una leucemia y haber terminado la quimioterapia un poco antes de que empezara el confinamiento, ya estaba bastante preparada para la vida que se me avecinaba, la que nos está tocando a todos.

Aprendí a ser consciente de lo que significa estar viva, lo cual, incluso pasándolo muy mal muy mal, es mejor que lo contrario. 

Cuando la doctora me dijo delante de Beatriz y de Jaime, justo al día siguiente de que me ingresaran, que tendrían que pasar diez días en lo cuales podía morirme, en caso contrario sería señal de que viviría.
Mi respuesta fue clara y rotunda:

Aceptaré la muerte porque he tenido una vida muy intensa y estoy agradecida, pero la verdad es que preferiría vivir.

No tenía más que decir. 
Ni siquiera recuerdo cómo reaccionaron mis hijos.
Lo que dije fue lo que sentía, ni más ni menos.
Pasaron los diez días y entonces empezó lo hora de enfrentarme a la soledad, el malestar, la sensación de no poderme escapar, era como estar en la cárcel, no tenía salida.
Mis hijos venían todos los días, de uno en uno, siempre con mascarilla, mis hermanos también, asustados y yo no sabía lo que era eso, nunca había visto nada parecido.
Me atendía mucha gente, muchísima, hematólogos, enfermeros, auxiliares, los que se ocupaban del aire acondicionado y muchos más, conocí a mucha gente encantadora que me trataba con una delicadeza infinita, yo sabía que necesitaba tener mucha paciencia, no había otra alternativa, lo dijo muy claro uno de los hematólogos:

Esta clase de leucemia tiene cura pero dura mucho.

Mattin cogió un avión y venía por las tardes.
Al cabo de unos días, cuando estaba claro que sobreviviría, volvió a Berlín.

Así que aquello pasó y volví a casa y empecé con el hospital de día y cuando terminé la quimioterapia, que duró varios meses, empezó el confinamiento y Norma no podía venir a trabajar así que Beatriz y Jaime se ocupaban de mí, porque yo no podía casi ni andar, ni cocinar ni nada, era como un zombi, no tenía hambre, había perdido el gusto, me costaba hablar.

María Seco me dijo:

Ahora estamos todos igual.

Tenía razón, ahora estamos todos en las mismas condiciones, la única ventaja que yo puedo tener es que he aprendido a agradecer la vida, a estar sola, a tener paciencia y a intentar no quejarme.
A eso me refiero cuando digo que he tenido suerte porque dentro de lo malo, estoy preparada para afrontar la difícil situación que nos está tocando a todos, a todos los que habitamos en el planeta tierra.






No hay comentarios:

Publicar un comentario