miércoles, 16 de diciembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO NOVENTA Y OCHO

 





A veces sorprende encontrar una persona generosa simplemente porque es así, no tenía motivos y sin embargo lo ha hecho conmigo.

Todo empezó cuando murió mi madre y mis hermanos decidieron, sin saber bien cómo ni por qué, el reparto de las cosas de la casa.

Yo tenía muy claro lo que quería y así lo hice saber:

No quiero nada excepto mis cuadros, tanto los que le regalé a nuestra madre como los que me compró ella.

Dicho y hecho. 

No recuerdo si me los llevé yo o encargué a alguien que lo hiciera, solo sé que fui por toda la casa recolectando mis óleos y dibujos y los he tenido en casa desde entonces, excepto algunos que se han vendido, por lo menos eso es lo que yo creía, pero he aquí que hace unos meses, estando en pleno confinamiento recibí un mail de un desconocido que me mandaba la foto de un dibujo del rostro de mi hijo Mattin a lápiz sobre papel de estraza y me preguntaba a ver si era mío.

Quería saber qué valor tendría ahora y le dije que yo no me encargaba de vender mis cuadros, que lo hacían los de Subastas Bilbao.

No volví a saber nada de él hasta hace unos días, en que me escribió diciendo que lo había pensado mejor y que quería devolvérmelo.

Me quedé de piedra.

Se lo comenté a Mattin y me dijo entusiasmado que quería tener ese dibujo a toda costa.

Llamé a mi sobrina Blanca Basterra que se había encargado, junto a las esposas de mis hermanos, de organizar los enseres de la casa de mi madre y me dijo que no se acordaba, que hubo tanto jaleo que le resultaba imposible recordarlo.

Mandé un mail a Jose Julián, que es la persona que había alquilado una casa en Basauri en donde estaba colgado el cuadro, le dije que me encantaría recuperarlo pero estábamos en estado de alarma y yo no podía salir de mi perímetro, a lo que él respondió que me lo traería personalmente en cuanto estuviera permitido.

En efecto, hoy ha tocado el timbre antes de la hora señalada, le he abierto la puerta, ambos con mascarilla y me ha contado que al saber que se trataba de mi hijo, había tomado la decisión de devolvérmelo por el valor sentimental, ya que él había perdido a su madre, que no quiere nada de mí, que le ha gustado venir.

Le ha dado las gracias y ahora me quedaré con el dibujo de Mattin hasta que me muera, porque las posesiones de Mattin se quedan aquí, ya que cuando viene solo trae su mochila y nunca se lleva nada, su colección de vinilos, los dibujos que le hicimos Manolo Gandía y yo y los millones de cosas que almacena porque tiene el síndrome de Diógenes metido en el cuerpo y en la cabeza sobre todo.









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