lunes, 4 de noviembre de 2019

DOS MIL NOVECIENTOS SESENTA











Debido a un tiempo en alerta amarilla llevo varios días sin salir de casa y ayer, domingo, llegó un momento en el que me sentí invadida por el aburrimiento.
Me había saturado de leer a Coetzee y de ver capítulos de Suits así que intenté por todos los medios encontrar una película que me entretuviera, pero no lo conseguía, nada de lo que veía me atraía.
Justo en ese momento llamó por teléfono mi sobrino Leopoldo que es un gran pescador para ofrecernos una ijada de bonito que había pescado en el Cantábrico.
Beatriz se encargó de traerla y yo de cocinarla.
Me salvó la temida tarde de domingo.
Estaba excelente, nada iguala a un pez recién pescado, eso sí que es un manjar.
Nos regalaron dos ijadas, así que hoy tenemos otra para la comida, que la prepararé con huevos duros y patatas panadera para que quede más completa.
Todavía no he recuperado el sentido del gusto por lo que aunque comer me encanta y me hago ilusiones, a la hora de la verdad disfruto más con el recuerdo que con el paladar.











No hay comentarios:

Publicar un comentario