viernes, 13 de septiembre de 2019

DOS MIL NOVECIENTOS OCHO









No quiero hacerme demasiadas ilusiones, pero tampoco deseo dejar de disfrutar de los momentos animosos en los que me encuentro.
Tampoco olvido que el lunes empiezo la quimioterapia en Cruces y que, a pesar del tiempo que ha pasado, sus efectos siguen latentes en mi cuerpo.
Estoy contenta.
Ayer fui a la clase de Escritura, me recibieron con mucho cariño.
Al principio me costaba concentrarme, no encontraba postura, las sillas eran incómodas, pero poco a poco entré en faena y empecé a regocijarme con los textos que leían mis compañeros.
Al llegar mi turno, no me atreví a leer, me cansa hablar, así que un chico vasco alemán, joven y guapo, experto en haikus, leyó tres textos de mi diario.
El profesor me dijo:

Has encontrado tu propia voz, algo que solo se consigue a lo largo de los años.

Y yo pensé:

En efecto, en mi caso ha sido a través de la pintura, a la que he dedicado la mayor parte de mi vida.
Para mí es lo mismo pintar que escribir, en ambas materias me expreso y me comunico, la única diferencia importante es que me resulta más fácil sentarme ante el ordenador que andar a la pata coja  enfrente de un caballete.

Llegué a casa cansada, he dormido bien y a pesar de que de vez en cuando todavía se me cuela alguna sensación de vacío abismal, en seguida lo supero y “androcanto y sigo…” como diría Oteiza.












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