jueves, 12 de agosto de 2021

CUATRO MIL TRESCIENTOS SESENTA Y TRES












Tengo que ser más consciente. 

He publicado en Facebook un post sobre una mujer que tiene una pierna que pesa ciento cincuenta libras que es el equivalente a sesenta y ocho kilos y me quejo por tener una inflamación en las encías que me molesta cuando me paso la lengua, he tenido que estar diez días tomando antibióticos que me han dejado extenuada, me cuesta perdonarme.

En realidad no tengo motivos para quejarme, estoy a gusto, ya no tengo la infección y nada me obliga a salir, puedo quedarme en casa tranquilamente, donde yo vivo, en el norte, no hace el calor del que se quejan en el resto de España, no obstante tengo una especie de tendencia a querer algo más y mejor, encontrarme en plena forma en vez de agradecer que estoy viva, que puedo cuidarme, que no estoy sola y que además, por si fuera poco, tengo millones de documentales interesantes que no he visto, por lo que puedo sentarme cómodamente y entretenerme sin hacer esfuerzo.

Me siento muy ignorante, me avergüenzo de mi carácter impulsivo y de no soportar la mínima contrariedad, sabiendo por experiencia propia y ajena que es necesario aceptar, que el hecho de respirar es más que suficiente para sentir gratitud.

Una vez que fui consciente de lo que supone estar viva, experimenté algo que quise convertir en lema:


Mi vida es una línea recta escrita con la palabra gracias.


Me encantó y me quedé satisfecha, sin embargo lo olvido con frecuencia.

He sido muy sociable y he salido muchísimo, no solo he cambiado por la pandemia, sino que también he comprobado que dedicarme a lo que hago en casa me complace más que estar con gente, lo cual me entretiene, no puedo negarlo, pero no me da la satisfacción que me produce escribir y publicar mi diario o lo que suponía volver a casa con una acuarela pintada del natural.


Ayer estuve pensando por qué me cuesta tanto aceptar lo que me toca vivir ahora, la enfermedad y la vejez y 

comprendí que aunque a veces pensaba en que me haría mayor, nunca lo relacioné con la enfermedad, a pesar de que mi madre tuvo sus problemas y mi padre estuvo enfermo antes de morir, podía haber pensado en que yo no sería diferente, supongo que mi orgullo no me lo permitía, he sido arrogante sin intención de cambiar, he necesitado atravesar un pequeño calvario para darme cuenta de la importancia de ejercitar la humildad.

En esas ando, a ver si poco a poco soy capaz de doblegar mi ego, me está costando pero no desespero.















No hay comentarios:

Publicar un comentario