jueves, 7 de mayo de 2020

CUATRO MIL NUEVE










Recuerdo que Pizca me decía que cuando leía lo que yo escribía parecía como una fuente de la que iba brotando el agua.
Alguna veces Íñigo Larroque, el profesor de Escritura me preguntaba por el método que utilizaba para escribir.
Así como para pintar tenía una técnica muy estudiada que me la fui creando a medida que pintaba y podía enseñarla a quien quisiera, era demasiado personal como para que alguien se interesara por ella, ni siquiera en la escuela de Bellas Artes se atrevía a preguntarme el profesor de procedimientos pictóricos, no obstante me encontré con él un día paseando por Ereaga y me dijo que había visto mi exposición y que mis cuadros estaban muy bien pintados.
Me sorprendió que me lo dijera justo él, porque no era dado a las alabanzas cuando me daba clase.
Preparaba el lienzo con veladura azul ultramar oscuro en el que se apoyaba lo que vendría después, aunque nadie se diera cuenta yo sí lo percibía, me considero incapaz de pintar un cuadro sin seguir todos los pasos que he ido incorporando a lo largo de la vida, una paleta demasiado corta para el común de los mortales, óleos mezclados con barniz de retoques, por lo que mis cuadros siempre están un poco frescos, nunca acaban de secarse del todo, un disparate.
Encajaba con una veladura de carmín de Granza mezclada con esencia de Trementina, pasaba el trapo otra vez y empezaba con las veladuras.
Veo todo en la vida como si fueran veladuras, así me relaciono con la gente, un día digo ¡hola! y al cabo de una semana a lo mejor sonrío y así se va creando cierta complicidad como la del principito con el zorro, lo que en francés llaman s'apprivoiser que aunque en español lo traducen como domesticar, en el principito tenía otro sentido, más bien cautivar con cariño, así veo yo los asuntos de la vida, una veladura tras otra y se va creando una especie de enlace que tampoco es una palabra demasiado acertada para explicar lo que deseo, en francés dirían un lien y eso hace que todo resulte familiar y así voy a una tienda o a cualquier sitio y parece que nos conocemos de toda la vida y me gusta esa sensación, hace que me sienta a gusto.
Los lugares nuevos me pueden sorprender pero al final prefiero ir a los que conozco, los que ya tienen esas calidades que han ido formando las veladuras.












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