viernes, 17 de noviembre de 2017

MIL SESENTA Y DOS









Leo cada día los fragmentos que publica el doctor Krutwig sobre su tío Federico y estoy aprendiendo muchas cosas que no sabía, sobre Grecia y los vascos.

La primera vez que fui a Grecia, llegué a Atenas y pude sentir en el ambiente lo que llaman el “inconsciente colectivo”, del que tanto ha hablado Jung, mi psiquiatra favorito.
Percibí la sabiduría de los antiguos griegos.
Atenas y el trato con los atenienses, me causó un efecto tan profundo, que el primer día tuve que meterme en la cama casi sin cenar, para asimilar todo lo que estaba sintiendo.
He sido una entusiasta de los griegos desde mi juventud, ya que estudié griego en el bachillerato  sacando matrícula de honor, me encantaba.

Más tarde, empecé dibujando las estatuas de Praxíteles, Policleto, Mirón, Fidias y de todas las que se reproducen en yeso para que sean dibujadas en carboncillo sobre cartulina y aprender lo mínimo que se requería en el exámen de preparatorio, para entrar en BBAA.

A pesar de que pasé casi un año dibujando estatua, me resultaba tan difícil, que no tenía ninguna seguridad cuando entré en aquella sala inmensa, llena de caballetes y diferentes estatuas.
Profundo silencio.
El examen duraba una semana, varias horas al día.
Era duro.

Grande fue mi alegría cuando en la pequeña lista de aprobados, vi escrito mi nombre.

Aparte de la descriptiva que todavía no sé en qué consiste, el dibujo de estatua es lo que menos me gustó de toda la carrera.
Sé que es bueno para aprender a ver todos los matices de blancos y grises, e intenté hacerlo con entusiasmo pero me sigue sin gustar, solo lo aceptaría como método de aprendizaje.


Siguiendo con Federico Krutwig, diré que está considerado como la persona que consiguió que el Euskera renaciese.
Si no llega a ser por él, se habría perdido.
Leer a Krutwig es entrar en un mundo de información lingüística a niveles muy altos, ya que para él, lo ideal sería hablar en griego antiguo.
Yo le leo todos los días un poco.
A veces me quedo quieta, porque me impresiona lo que cuenta, lo que sabe, los berenjenales en los que se mete y después me relajo y sin hacer demasiado esfuerzo, dejo que mi cabeza vaya analizando lo que tanto me llama la atención y lo voy entendiendo, tratando de no darle más importancia de la que tiene, que es mucha.

Ejemplo:

Federico dice que no hay que escribir como se habla, sino hablar como se escribe.

Aquí tuve que hacer un acto de humildad, porque mi prima, Isabel Maier, me dijo que mis textos resultan entretenidos porque escribo como hablo.

No le di importancia pero me quedé con la idea.

Hoy, volviendo a leer a Federico, he caído en esa frase y en seguida mi cabecita me ha dicho.

Tienes que tratar de hablar con propiedad para escribir como hablas.

Y me he quedado más tranquila.

Prefiero hablar como una repipi que ser una escritora vulgar.







No hay comentarios:

Publicar un comentario