lunes, 6 de noviembre de 2017

MIL CINCUENTA Y UNO








Mientras la vida siga su curso y yo sea capaz de teclear, supongo que seré capaz de seguir escribiendo mi diario cada día, lo cual me llena de satisfacción y ordena mi cabeza.

He pasado dos días enteros sin salir de casa. 
Parece mentira cuánto me afecta salirme de la rutina.
Ir a Barcelona y volver y parece que hasta tengo jet lag.
También me afectan los actos sociales, por lo que cada vez salgo menos, excepto para lo imprescindible.
Después de haberme pasado la vida en fiestas y en la calle, he llegado a un momento en el que hasta el encuentro con una persona con quien me siento forzada, me hace efecto.

He perdido mi parte sociable.
No me importa.
Si la necesito la improviso, pero de momento prefiero tenerla en reposo.

He cambiado mucho.
No son solo los años que van pesando, sino la enfermedad que me mantuvo mucho tiempo en cama y aprendí la importancia de estar conmigo.
Poco a poco iba profundizando en mi interior y el desorden mental se fue aclarando.
Se ordenaban los asuntos importantes y se separaban de los que carecían de valor y así, poco a poco, iba poniendo las cosas en sus sitio.

A pesar de lo duro que resultaron esos años, hice algo importante: 
Maduré.

Ahora que me encuentro mucho mejor, ya sé distinguir el grano de la paja y aunque todavía me equivoco y pierdo el tiempo, me siento más segura de mí misma.

No me ha resultado fácil llegar a ser una mujer adulta, por lo que intento mantenerme en un estado consciente y ser responsable de mis actos y mis pensamientos.

No quiero dejarme manipular por nada ni por nadie, lo que no resulta fácil en un mundo lleno de confusión.

Tengo que estar despierta.







No hay comentarios:

Publicar un comentario