miércoles, 8 de noviembre de 2017

MIL CINCUENTA Y TRES








A pesar de ser ingenua e incauta, al salir del colegio a los diez y siete años, un poco antes de enamorarme del que más tarde sería mi marido, me di cuenta de que el secreto de la libertad y la independencia consistía en ganar mi propio dinero, por lo que me acerqué a mi madre y le dije:

Mamá, quiero trabajar.

¿Trabajar tu?
¿Para qué quieres trabajar?

Para ganar dinero.

Y ¿en qué vas a trabajar?

He pensado que de azafata de Iberia.

Pero ¿Tu sabes en qué consiste el trabajo de azafata?
No creas que es oro todo lo que reluce.
El trabajo de las azafatas consiste en ayudar a la gente a vomitar y limpiar todo lo que queda sucio.

¿Quéeeee?

Entonces pensaré en otra cosa.

Además, ¿no te damos lo que necesitas?
¿no tienes de todo en esta casa?

Si mamá, pero quiero ser independiente.

¡Ah! Eso es otra cosa, ya iras adquiriendo independencia cuando vayas creciendo.
Ahora ya no estás interna, ya tienes más libertad.

Si mamá, tienes razón.

Y me fui con las orejas gachas como de costumbre, cada vez que mantenía una conversación seria con mi madre.

Luego me enamoré, me casé y pasé de que me mantuviera mi padre a que me mantuviera mi marido, que es como se hacían las cosas en esa época, en mi familia.
Las mujeres no trabajaban, bastante tenían con ocuparse del marido, de los hijos, del servicio y de intentar jugar bien al golf.

Al casarme gané en independencia, en libertad y en manejar dinero, pero la vida podía conmigo.
Cuando nació mi primera hija me pegué un susto morrocotudo y decidí que la maternidad no era para mi.
Hay muchas mujeres en el mundo que pueden y quieren tener hijos.
Pero la cosa no acabó ahí, en dos años tuve tres hijos y el médico consideró que era el momento de parar, por lo que me recetó la famosa píldora anticonceptiva y así se acabaron mis temores.
A pesar de que me resultaba dura tanta responsabilidad, los hijos me proporcionaban una satisfacción desconocida, nueva y muy bonita.
Sentía tanto amor que me llenaba casi completamente.
Ellos me querían y me necesitaban, me alegraban la vida.

Pronto empezaron a ir al colegio alemán y yo empecé a estudiar Bellas Artes, en la primera promoción de Bilbao y poco a poco dejé el golf, a pesar de que mi marido insistía en que jugara y tomara clases, pero era algo superior a mis fuerzas.
No me gustaba el golf y yo tampoco le gustaba al golf, por más que me esforzara se me daba fatal y anhelaba salir a pintar del natural o quedarme en mi estudio de Negu-Bide.

Tampoco me gustan los clubes sociales, prefería ir a las galerías de arte.
En realidad tenía muy poco que ver con mi marido excepto que estaba o creía estar enamorada de él.
Intenté complacer a mi marido no solo jugando al golf, sino saliendo con sus amigos acompañados de  sus esposas, pero la verdad es que no me divertía, prefería los días de la semana yendo a la escuela de BBAA y estando con personas que se interesaban por lo mismo que yo, el arte en todas sus facetas.

Ahí era feliz, por lo que poco a poco iba formando mi propia vida y estaba menos pendiente de mi marido y más atenta a mi trabajo artístico.
Para entonces ya me había dado cuenta de que no podía contar con Carlos para tener una vida de familia unida, por lo que poco a poco fui centrando mi vida en lo que a mi me interesaba y me fui independizando mentalmente.
Ya no le necesitaba, podía estar contenta conmigo misma.
Ese fue el primer paso para una alegre separación que llegaría más tarde.













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