viernes, 10 de noviembre de 2017

MIL CINCUENTA Y CINCO








La mayoría de los artistas nos quejamos.
Nos gusta el trabajo que hemos elegido al que dedicamos toda nuestra vida, sin embargo, no es fácil que nos sintamos reconocidos.
Yo leo muchas entrevistas que hacen a grandes artistas que triunfan y la mayoría, cuenta que le ha sido difícil llegar a tener solvencia y a poder vivir de su trabajo.

Mis pasos soñados eran los siguientes:

Estudiar Bellas Artes y convertirme en pintora, lo cual, en principio, no era algo que resultara fácil, puesto que ni siquiera tuve el valor de plantearlo a mis padres cuando salí del internado de Francia.
Tuve la inmensa suerte de que García Ergüin, posiblemente el mejor pintor de Bilbao a la sazón, se ofreció a darnos clases a Luz Ibarra, Isabel Alcalá Galiano y a mi.
El padre de Luz nos dejó un piso que había sido de El Correo y estaba deshabitado, por lo que allí instalamos el estudio al que Iñaki venía todas las tardes a enseñarnos, con una generosidad sin límites, todo lo que él sabía, que era mucho, ya que Solís, un gran pintor injustamente tratado, le había enseñado la técnica de El Greco.

Así aprendí los secretos de lo que se llama cocina.
Algo que muy pocas personas poseen.

Hubo un momento en que mi situación me impidió seguir yendo a Bilbao y aunque organicé un pequeño estudio en el trastero que se hallaba en el tejado de mi casa de Negubide, mis vida de esposa, madre y ama de casa me impedía pintar, muy a mi pesar.
Me daba cuenta de que me estaba alejando de mí misma y notaba que me estaba yendo a las quimbambas.
No solo no era feliz, ya ni siquiera me acordaba de lo que esa palabra significaba, sino que me recuerdo siempre nerviosa y preocupada.

Tuve la gran suerte de que al cabo de unos años, fundaron la primera escuela de BBAA en Bilbao, a la que me entregué como si fuera mi tabla de salvación.
Realmente, en alguna manera me salvó la vida.
Todo era muy precario, pero yo empecé a sentir alegría.

Comenzó una etapa de mi vida que evoca en mi una especie de renacimiento personal y buenos amigos, además de empezar a saber de verdad, lo que significa el arte.


Antes de terminar la carrera ya empecé a exponer y a vender algunos cuadros.
Seguí pintando y exponiendo, pero no tenía éxito.
De vez en cuando saltaba la liebre, me hacían una entrevista en algún periódico local, pero no llegué a sobresalir hasta que expuse en Madrid y allí triunfé, vendía todo y por primera vez en mi vida ganaba dinero que gastaba alegremente, no tenía en cuenta que debía mantenerme.
Mis padres me habían acostumbrado a recibir una pensión mensual para poder vivir dignamente y supongo que eso contribuyó a que mi segundo paso soñado, que era poder vivir de la pintura, se fuera al garete.

En aquella época yo no era una mujer madura, más bien una niña consentida, que había conseguido cumplir mi sueño de ser pintora y me había conformado con eso.

Mis amigas de BBAA me dicen que no he triunfado porque no lo necesitaba.
Tal vez tengan razón.

La verdad es que ha sido una vida dedicada a la pintura y no me ha proporcionado la satisfacción esperada, por lo que ahora me dedico a escribir, no espero nada de ello, excepto el gran placer que me proporciona publicar mis textos diarios en mi blog.

No echo de menos la pintura, hay en ella una parte comercial cuyo engranaje desconozco y no quiero aprenderlo.
Detesto las jerarquías, las envidias, la competitividad, los rangos y todas esas cosas feas a las que hay que someterse cuando se quiere alcanzar el éxito.













No hay comentarios:

Publicar un comentario