lunes, 13 de noviembre de 2017

MIL CINCUENTA Y OCHO








Ayer cometí un error imperdonable.
Había quedado para comer con un amigo de san Sebastián.
Es un plan que hacemos algunos domingos y suelo elegir el restaurante que me apetece.
A los dos nos gusta comer y beber y así podemos charlar y ponernos al día.

Como ya me dijo que vendría hace tiempo, tuve la maldita ocurrencia de pensar en el Regi, que es una taberna que tiene mucha fama, a la que es difícil acudir porque hay que reservar con un mes de antelación por lo menos.

Pero tuve suerte.
Me confirmaron la reserva.
Así que allí nos dirigimos, está en Urdúliz, al lado del frontón.

Era de los padres de Joane Somarriba, la famosa ciclista.
Ahora la llevan las hijas, incluida Joane, que está en la cocina justo a sus hermanas.

En vez de comer a la carta que es lo que deberíamos hacer elegido, nos recomendaron el menú degustación, en el que entraba todo por 50 euros.

Al principio todo iba bien, una cesta con diferentes clases de panes recién horneados, un vino mucho mejor de lo habitual y empezaron a traer los aperitivos de la casa.
Todo era bueno y muy elaborado.
Nosotros íbamos comiendo lo que traían a pesar de que llegó un momento en el que parecía excesivo.
No obstante seguían trayendo platitos encantadores y todo muy bien cocinado.
Más o menos pienso que pudieron ser diez y ocho.

Entonces llegó la hora de comer los platos principales.
Ya habíamos terminado el vino y por lo menos tuvimos la buena idea de no pedir otra botella.

Y ya no sigo porque no quiero acordarme, solo sé que al llegar a casa me encontré fatal, me metí en la cama después de verme la cara en el espejo.
Blanca, hinchada, asustada.
Descansé, tomé una manzanilla, decidí no volver jamás al Regi ni a ningún lugar cuya cocina fuera demasiado elaborada.
Prefiero un consomé y un rodaballo salvaje.
Tendré que estar una semana sin comer para olvidar la noche que he pasado.

¿Por qué haré tanto caso a lo que habla la gente?
Yo soy simple.
A mi me gusta la macrobiótica por encima de todo pero en Bilbao no existe tal cosa.
También me gustan los sitios donde tiene buen pescado a poder ser salvaje y lo cocinan sin contemplaciones, a la vasca, con ajitos en Vizcaya y con cebolla en San Sebastián.

Se me han quitado las ganas de comer fuera de casa.
Me da miedo.

Me pasa lo mismo que a Madona.
Ella dice que nunca come fuera de casa porque no sabe lo que le están dando.
Pienso como ella, pero yo no viajo con un cocinero macrobiótico, una lástima.











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