miércoles, 12 de julio de 2017

TRESCIENTOS VEINTISIETE







Me han hecho un TAC en el nuevo hospital de Urduliz, que me ha encantado.
Estaba impecable y todas las personas que me han atendido eran mujeres jóvenes, guapas y encantadoras.
Había poco gente y está situado en un entorno casi bucólico, entre bosques y caseríos.
Si no fuera porque Mecánica de la Peña lo empaña, sería ideal.
Ojalá me sigan haciendo allí las pruebas.
La margen derecha tiene un encanto especial, no se puede comparar con la margen izquierda que está saturada y poco cuidada, aunque la gente de Baracaldo está feliz con su ciudad.
Debo reconocer que desde un punto de vista intelectual, casi todos los movimientos contemporáneos, tanto artísticos como musicales y esotéricos, se han fraguado en Baracaldo.

Me ha encantado ir a Urdúliz, he podido hacer fotos y pasear entre encinas, mientras escuchaba el canto de los ruiseñores, solo manchado por el ruido de una segadora eléctrica.
Creo que eran ruiseñores porque mi amiga Rosa Sin Espinas que es cantante y pianista me ha contado que introducen una nota más que los otros pájaros.
Nada hay que me guste tanto como el silencio, pero reconozco que el canto de los pájaros me penetra hasta el alma y me produce un placer incomparable.


Para hacerme el TAC tenían que pincharme en vena.
Cada vez que tienen que hacer esa sencilla operación, revoluciono los hospitales y sin que sea mi intención, consigo que las enfermeras se pongan nerviosas.
La verdad desnuda es que conozco mis venas mejor que nadie y harta de que me hagan millones de agujeros, empiezo señalando la única que funciona.
A veces no me hacen caso y por no insistir me callo, a pesar de darme cuenta de que están fallando y se están poniendo nerviosas y empieza la tensión.

Hoy, la primera que me ha pinchado era una chica muy joven, monísima y muy amable, pero ni siquiera ha conseguido pincharme bien en mi única vena sana, así que ha pedido sopitas a una mujer más experimentada, que ha intentado arreglar el entuerto y no lo ha conseguido, por lo que al final me ha pinchado en una vena de la mano con una aguja más fina.
No he protestado, entiendo que ese tema no lo tengo fácil.
Además, estoy acostumbrada.
Casi siempre, tanto cuando me sacan sangre como cuando me anestesiaban, empieza la dificultad.
Ha conocido auténticos artista que son capaces de pinchar en venas que no existen, sobre todo un enfermero de la Virgen Blanca cuando me hicieron el tratamiento de los factores de crecimiento en la rodilla, que, dicho sea de paso, no me sirvió para nada.

Si supieran lo que tengo en la rodilla podría curarme pero nadie es capaz de adivinarlo.
Por lo menos, de momento.
No pierdo la esperanza.









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