sábado, 22 de julio de 2017

CUATROCIENTOS SEIS







Cada verano es diferente, así como cada día de nuestras vidas.
Nada se repite.
Incluso nuestras respiraciones son diferentes.
Cuando escucho con atención a mi corazón, empiezo a discernir entre lo imprescindible de lo accesorio y es una lección, que me ayuda a vivir en plenitud.
He perdido mucho tiempo en mi vida y lo asumo.
No me arrepiento, simplemente espero aprender de mis errores.
La idea de darme golpes de pecho diciendo: 

¡Que mala soy!
¡Que mala soy!

No me atrae.
Prefiero pensar de una manera cabal y reconocer que he sido presa de la ignorancia y que poco a poco, voy supliendo ese vacío con conocimiento.

He recorrido un camino del que me siento satisfecha.
Solo tengo que echar un vistazo a mi vida hace unos cuantos años y la diferencia es abismal.

He cambiado.
Y el cambio ha sido fructífero.
Sigo estando verde, pero no estoy perdida.
Sé donde me encuentro y a donde quiero llegar.

Casi siempre me sorprende el poder de la constancia.
Prefiero dar un paso pequeño cada día y así, casi sin esfuerzo y sin darme cuenta, de repente me encuentro con que he avanzado y mi perseverancia ha dado frutos.
Lo aplico a casi todos los terrenos de la vida.

Otro asunto que me ha costado aprender pero creo que ya lo he conseguido, es no aceptar propuestas nuevas.
Ya tengo suficientes proyectos entre mis manos.
Prefiero trabajar con calma y sin agobiarme.
Agradezco el tiempo, tener tiempo de sobra, que todo el tiempo sea mío para utilizarlo a mi antojo.

El tiempo es algo grande.
Tener la sensación de que tengo tiempo por delante sin cortes para hacer de mi capa un sayo, es uno de los regalos grandes que nos ofrece la vida sobre todo a ciertas edades.

Nunca pensé que llegar a mi edad fuera tan agradable, ha sido una sorpresa comprobar la libertad de pensamiento que me puedo permitir.
Antes tenía miedo y me ponía límites.
Hoy en día no tengo miedo a mis ideas, solo a dar un mal paso y caerme.










No hay comentarios:

Publicar un comentario