viernes, 21 de julio de 2017

CUATROCIENTOS CINCO






A menudo observo que los hombres cultos y evolucionados, sienten algo especial ante las mujeres, algo que no son capaces de descifrar.
A mi me han tratado bastantes psiquiatras, psicólogos y terapeutas y nunca nadie ha querido profundizar en la difícil relación que mantenía con mi madre.
Ni siquiera tuvieron el valor de decírmelo abiertamente, pero era obvio que de ese tema no se hablaba y yo era consciente de que precisamente ese tema, era el alfa y el omega de los problemas que se suponía, tenía que solucionar con el profesional.

Era evidente que así como a mi padre yo le hacía gracia y me adoraba, con mi madre sucedía lo contrario.
Más bien la sacaba de quicio.
Y por otra parte, había algo en mi, que no podía controlar la necesidad imperiosa y perentoria de hablarle de mis asuntos, a sabiendas de que mis ideas sobre la vida, la contrariaban.
Siempre tuve con ella una relación tormentosa.
A ella le gustaba mandar y yo tenía mis propias ideas sobre casi todo, desde muy pequeña.

Todavía me recuerdo llorando en Madrid, mientras me compraba unos zapatos llamados “merceditas” en Las Pascualas, cuando yo quería mocasines.
Hasta mi padre le dijo que me comprara lo que yo quisiera, pero ella impuso su voluntad.

Más tarde, cuando me casé y perdió la capacidad de dirigir mi vida, al no ser ella quien me mantenía, solía hacer comentarios, pero ya no tenían la fuerza del que tiene la sartén por el mango.

A veces leo extractos de Freud y constato que incluso para él, las mujeres somos unos entes complejos, difíciles de analizar, un enigma.
No me extraña, solo fijándome en mi misma me doy cuenta de que soy demasiado cambiante, imposible no volverse loco estando conmigo.
Somos caprichosas y voluntariosas.
Contradictorias.
Tal vez tengamos menos dificultades para entendernos entre nosotras.

Si yo hubiera sabido que los hombres son bastante más sencillos de lo que me imaginaba, tal vez habría comprendido mejor a mi ex marido y no me habría llevado tantos malos ratos.

Es lo malo de vivir desde la ignorancia.
Tendríamos que aprender otras asignaturas al estudiar el bachillerato como por ejemplo, el conocimiento del ser, psicología, hablar bajo y despacio, no interrumpir, tener paciencia, saber escuchar, apreciar la belleza y comer de manera saludable.

Esas son las materias que he echado en falta hasta que las he aprendido leyendo libros, pensando y acudiendo a terapias alternativas.

En relación con la alimentación, yo me he decantado por la macrobiótica, aunque no siempre la practico como debiera y sin lugar a dudas, de todo lo que conozco es la que mejor me sienta.
Los días que he estado en Madrid, he hecho todas las comidas en restaurantes veganos-macrobióticos y he comprobado, a juzgar por las conversaciones que mantenía la gente, que lo que está en boga es ser vegano, hasta tal punto que no solo no comen absolutamente nada que provenga de animales, léase huevos, leche o miel, sino que ni siquiera calzan zapatos de cuero.
El respeto a los animales se está extendiendo y las personas que lo practican lo hacen con auténtica convicción.







No hay comentarios:

Publicar un comentario