jueves, 1 de septiembre de 2016

TREINTA Y UNO









Cuando empecé a estudiar Bellas Artes en Bilbao, primera promoción, teníamos la clase de dibujo, que es la asignatura más difícil, de ocho a diez de la mañana.
Me levantaba a las seis y media.
Un día le pregunté al profesor, cuál era la razón para tener dibujo a esa hora en la que todavía estábamos adormilados y me contestó, que está comprobado que es la hora en que los seres humanos tenemos la cabeza más despejada para afrontar asuntos complejos.

Ahora tengo presente aquella conversación porque para los temas serios de la organización de la casa, las cuentas y los médicos, si no los afronto por la mañana, parece que se escapan por la ventana y se convierten en nubes etéreas, perdiendo su consistencia.
También he adquirido la costumbre de escribir el diario, ya que así he tenido tiempo de reposar lo acontecido el día anterior y he guardado en mi corazón lo esencial.

Los que me seguís en FB, ya habréis visto la entrevista que le hago a Simón, en la que parece que tiene la intención de que Pizca se instale en Bilbao.
Para mi sería maravilloso, porque el teléfono no es capaz de ofrecer las calidades que proporciona la presencia en vivo.
Me he reído más en estos días de verano que en todo el curso pasado, lo necesitaba, a veces hasta me duele la tripa.
Simón tiene las ideas muy claras respecto a cómo debe estar cuidada su madre.
Se siente responsable y ve que Pizca aquí se lo pasa bien, no solo tiene a su hija sino que también me tiene a mi y hacemos planes de campo y playa, que en Barcelona no surgen fácilmente.

En lo que a mi respecta, me cambiaría algo la vida, ya que con Pizca me gusta recorrer el país vasco, sobre todo los rincones perdidos, en donde todavía existen caseríos que guardan las costumbres ancestrales.
Quedan algunos molinos donde muelen el maíz para hacer talo y moroquil.

Nos gusta ir al campo, sentarnos bajo una parra y que nos vayan sacando de la tierra, los puerros y las lechugas, mientras alguien coge los huevos que acaban de poner las gallinas.
Yo hago fotos que publicaré en Instagram, al que me estoy aficionando poco a poco.
En fin, no quiero dejarme llevar por los pensamientos volátiles que sientan fatal.

Parezco la protagonista del cuento de la lechera y sé muy bien que para que no se rompa el cántaro, lo mejor es ni siquiera imaginarlo.






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