domingo, 11 de septiembre de 2016

TREINTA Y NUEVE









Solo han sido un par de días, pero tengo la sensación de que ha pasado una semana, desde que mi vida diaria se reducía a un estado de paz, solitario, sereno y con pocas o ninguna alteración.
Llegó la inauguración y me divertí.
Vino mucha gente a la que hace tiempo que no veía, bebí vino blanco que hacía tiempo no bebía y disfruté de lo lindo.
Mis dos cuadros estaba exultantes en el mejor sitio de la galería para que se vieran desde la calle, parecía que gritaban.
Han ganado con el tiempo y hasta tal punto es evidente, que varias personas lo comentaron.
Yo también he ganado con el tiempo.
Me refiero a lo esencial.
Después, Pizca y yo nos fuimos a cenar a un sitio de Romo que le había enseñado Carlos Vecino, discreto y estupendo. 

Al día siguiente me levanté temprano, no sin esfuerzo, para ir a Madrid.
Dormí en el Premium y a las cinco de la tarde, hora lorquiana por excelencia, me presenté en la consulta del doctor Álvarez de Mon, que me encontró mejor y me ajustó la medicación.
Salí contenta.
Madrid estaba tan bonito y acogedor que me quedé paseando por la zona donde estaba hospedada, el Madrid de los Austrias, que es castizo y entretenido.
Para celebrar mi mejoría, tomé mariscos en un restaurante gallego.
No conocía las zamburiñas y me encantaron.
Me retiré temprano y noté que me dolía la rodilla.
A pesar de ir en taxi a todas partes, anduve demasiado, por lo que ayer, lo primero que hice por la mañana después de desayunar, fue comprarme un bastón que me va a venir muy bien, cuando tenga que andar más de la cuenta.

Llegué a casa a las ocho de la tarde, me arreglé y me fui a la inauguración de la hermana de Carlos Vecino, que había colgado en Zampa.
También me divertí.
Llevo tanto tiempo sin salir, que todo me resulta novedoso.

Hoy hace un día espléndido, iré a la playa, nadaré y se me quitarán todos los residuos que deja el alcohol y la excitación que produce la vida social.






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