jueves, 29 de septiembre de 2016

CINCUENTA Y SEIS







Hace un día maravilloso.
Me encantaría ir a la playa, pero es imposible porque tengo una cita en Bilbao a las 15:15, para un asunto referente a mi salud, lo cual es prioritario.
No sé si podré ir por la tarde, a la 19:30 tengo clase de natación y después Hipopresivos.
Todo lo relacionado con mi bienestar físico y mental tiene preferencia.

Ayer dediqué el día al ejercicio.
Por la mañana Pilates de máquina y por la tarde un rato de bici y natación.
Fui a una clase de Pilates suelo pero me pareció muy dura, todavía mi pierna no me lo permite.

Me siento mejor por momentos y eso me anima a seguir esforzándome.

Me han pagado parte del dinero que me debían de la venta de un cuadro.
Parece ser que estipo de asuntos van despacio.
Cuando se lo cuento a Beatriz, se queda mirándome como si no le entrase en la cabeza que yo no sea capaz de forzar las cosas.
Pues no soy.
No quiero pasar un mal rato.
Si no me paga será porque le viene mal y yo puedo seguir viviendo.
No voy a negar que me gustan más los buenos pagadores, pero ya estoy metida en este negocio y de momento tengo intención de seguir.

Mientras iba y venía de la clase de Pilates al antiguo bar Caracas, que durante muchos años era mi refugio y ahora se llama El faro, me encontré con mucho gente que conocía, incluidos mi hermano Gabriel y su mujer.
Me daba gusto saludarles a todos.
Venían de un funeral de alguien un poco mayor que yo.

Desde muy pequeña he visto la muerte de cerca, ya que cuando yo tenía once años, mi primo mató a mi hermano Carlos que tenía diez y seis, de un tiro en la cabeza.
Jugaban con una pistola que se suponía estaba descargada.
Fue la primera vez en mi vida que supe lo que era el dolor, algo que no se puede dominar aunque se quiera.

Desde aquel día, todo cambió en mi familia.
Hasta entonces, mi madre había sido una mujer alegre, cariñosa, pendiente de todos sus hijos, que éramos siete.
A veces mi madre lloraba y los fines de semana se iba a Francia con mi padre.
Decían que era para distraerse.

A mi nadie me hacía caso, notaba que me dejaban aparte en las conversaciones de los mayores.
Menos mal que me llevaba muy bien con Jose, mi hermano pequeño, con el que siempre estaba, e  íbamos al mismo colegio.

Mi hermano Carlos era especial.
Hacía muchas trastadas y le castigaban bastante, pero no le importaba.
Tenía tanta imaginación que siempre conseguía divertirse.
Era brillante, valiente y encantador.
No tenía miedo a nada.
Una vez se le metió un pedal de la bici en la parte de la bola de la pierna y se le veía toda la carne ensangrentada y no lloró.
Me impresionó y mi admiración hacia él creció.

Esa fue la primera tragedia.






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