martes, 13 de septiembre de 2016

CUARENTA Y UNO






Por fin, ayer tuve la primera clase de escritura.
Leí los tres últimos textos de mi diario para ponerme al día en plan rápido.
El profesor, cuya opinión me interesaba especialmente, me dijo que tenía oficio, que estaba muy bien, pero que se veía que me encontraba demasiado cómoda, me sugirió que hiciera un esfuerzo para hacer algo diferente.
Entendí que le gustaría que saliera de mi zona de confort, aunque no usó esa palabra.

Salí contenta y con la esperanza de que a medida que vaya trabajando en mi práctica como lectora y escritora, iré viendo poco a poco hacía donde debo dirigirme.
Hay algunos temas que tengo muy claros y el más concreto es que debo hablar de mi verdad más profunda, olvidarme del pudor y de la vergüenza y sacar lo mejor de mi, lo más puro.

Hace tiempo que leo los diarios de Pániker y me entretienen bastante, excepto cuando habla de sus arrebatos místicos mezclados con filosofía, parece que se mete en aguas movedizas y que no llega a ningún lado.

Sin embargo, me interesa cuando habla de sus enfermedades, sus debilidades, sus hijos, sus medicinas, sus relaciones con algunas mujeres, su preocupación por el jardín, la casa, en definitiva, lo íntimo, lo doméstico, lo que a todos nos ocupa y nos hace seres humanos.
Además, Pizca salió con él hace muchos años y me había contado algunas cosas y eso le hace más cercano.
También me divierte cuando cuenta sus conversaciones con escritores que conozco y también con los demás.

Ayer estuve en la tienda de Rocío y me dijo que me había vendido un cuadro.
Siempre es una buena noticia.
Me hubiera gustado hacerle una entrevista pero había demasiado jaleo y me puse nerviosa.
Tiene maravillas y la gente se interesa.

Yo no quiero acumular más cosas sino todo lo contrario.
Me gustaría desprenderme de todo lo que no sea necesario y vivir en un vacío ordenado, lo cual es muy difícil en mi circunstancia, porque mis hijos guardan todo y utilizan sus cuartos como almacenes, pero por lo menos me gustaría que mi zona permanezca vacía.
Ya he llevado a la tienda de Rocío no solo mis cuadros de playas, sino mi pinacoteca personal.

Quiero tener las paredes vacías, que nada me distraiga para concentrarme en lo que realmente me interesa.









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