miércoles, 7 de septiembre de 2016

TREINTA Y SIETE









Creía que empezaba el día tranquilo, pero suenan los teléfonos y los cojo porque estoy pendiente de asuntos que me importan y al final, son tomaduras de pelo una vez más.

Ayer pasé un día estupendo.
Playa con Pizca y después clase de natación que, aunque me cuesta, voy mejorando y aprendo.
He estado nadando con la técnica que aprendí con “El gran tritón Rubito Rodriguez”, alias Txus, hace demasiados años.
Las clases del año pasado estuvieron enfocadas en quitar los vicios adquiridos.
Desde la respiración hasta el movimiento de brazos y piernas, no daba una.
Con gran esfuerzo por mi parte y la de mi profe, parece ser que ahora hago los movimientos correctos, simplemente tengo que practicar y adquirir un ritmo para no cansarme.

Hoy viene mi hijo Jaime que vive y trabaja en Mallorca.
Solo pensar en él, me alegra la existencia.
Es un hombre feliz, amable, conversador, lector y escritor, extraordinario deportista, viajero empedernido, siempre dispuesto a hacerme un favor.
Tenerle cerca es un verdadero placer.

Así que, aunque me gustaría decir como Hafiz, que nunca salgo de mi santuario, no puedo hacerlo.
Algunas temporadas lo consigo, mas no dura demasiado.
No obstante, a medida que pasa la vida, mis pasos, aunque pequeños, son constantes y dan su fruto.
Son como los pasos de una japonesa, a la que han vendado los pies para que no le crezcan, porque la están preparando para ser geisha.
Son pasos que conducen a mi interior, a un lugar sagrado que está dentro de mi, donde reina la paz.

A veces consigo llegar y accedo a experimentar una vez más lo divino, lo esencial, lo que está preparado para mi propio deleite.
Y así sucede una y otra vez y el anhelo de volver a ese lugar y sentir la dicha que me proporciona,
sostienen mi temperatura vital.




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