miércoles, 28 de septiembre de 2016

CINCUENTA Y CINCO





Se ha presentado una situación que no sé cómo se resolverá.
Mi hijo el pequeño, que vive en Berlín con su mujer y su hija, no saben qué hacer durante una semana en la que él tiene que ir a Corea para dar una conferencia y Lisa tiene que estar en Suecia, que es donde trabaja todavía.
Yo me ofrecí a ir a Berlín.
Me apetece estar sola con Odita, porque durante los años en que he estado enferma y con la pierna y la clavícula rotas, no he podido disfrutar de ella.
En otra ocasión en la que se planteó algo similar, vino él, la dejó aquí, y volvió a buscarla.



Aquí tengo mi vida muy organizada y mi casa está agradable, aunque quisiera retirar las cosas de pintura ya que no tiene sentido que estén aquí, sin ser utilizadas.
Es algo en lo que voy dando pasos y de repente ya no puedo más y lo dejo, pero es una tarea pendiente.
Lo último que hice fue llevar los cuadros que me habían sobrado de las exposiciones a una tienda de Las Arenas, que ha abierto Rocío Velasco que es amiga y me ofreció sus paredes.
Ya ha empezado a venderme algunos cuadros, así que he desalojado un poco mi espacio.
¡Qué difícil es deshacerse de los objetos y conseguir ese vacío que tengo anhelo!

Sobre todo ahora que solo trabajo con el ordenador, me pregunto ¿por qué hay tantos papeles a mi alrededor?
No me lo explico.
Hice una especie de trato conmigo misma, en el que me comprometía a dedicarme media hora cada día a deshacerme de lo que no utilizaba.
Empecé muy bien, se notaba que había más orden pero al cabo del tiempo me di cuenta de que lo único que hacía era cambiar las cosas de sitio.
Además, tengo una afición desmesurada al cartón.
Me encanta.
Guardo todas las cajas.
Me resisto a tirarlas.
Es un material tan cálido, tan útil y bonito que cuando voy por la calle y veo los montones de cartones que dejan fuera de las tiendas, me quedo mirando extasiada como si fueran esculturas y me dan ganas de cogerlos y llevarlos a mi casa.

Cuando vivía en Malibu, California, no tenía estudio así que me organicé un modo de seguir haciendo arte, con cartones grapados en la pared y en ellos grapaba trozos de cartulina de colores.
Quedaban preciosos.
Tenía un marchante que me organizó varias exposiciones y al final los tuvieron colgados en un restaurante en el que trabajaba mi hijo y al que acudían actores y actrices de cine.
Era un lugar discreto y se sentían a gusto.
Yo solía ir a buscarle cuando terminaba de trabajar y tuve la ocasión de conocer a personas a las que había visto en el cine muchas veces.
Los que más me impresionaron al verles de cerca fueron Barbra Streisand y su marido.
Tenían algo especial.

Brillaban.



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