lunes, 5 de septiembre de 2016

TREINTA Y CINCO








Uno de mis mayores problemas y/o defectos, es que me dejo llevar por los nervios, aunque haga esfuerzos sobrehumanos para controlarme.
Supongo que tengo el sistema nervioso deteriorado por los excesos cometidos a lo largo de mi vida.
Ayer, sin embargo, pasé un día muy tranquilo, deleitándome en mi propia serenidad.
Estuve sola.

Aparentemente no hice nada extraordinario, excepto estar tranquila, centrada en mi respiración.

Hoy, sin embargo, ya empiezo a sentir la inquietud que me producen las inauguraciones de mis exposiciones, por más que trate de evitarlo.
Esa fue una de las causas que contribuyó en mi decisión de dejar de pintar.
Mis propias inauguraciones son una catástrofe para mi.
Podría no ir, lo sé, no va a ser el fin del mundo, pero me parece una falta grave de respeto hacia las personas que hacen su esfuerzo para estar ese día, en ese lugar.
Yo no soy “El gran Gatsby” que no aparecía en sus fiestas.
Hace mucho tiempo que dejé de ir a bodas, funerales y planes familiares, pero en mis propios eventos, me siento responsable.

Cuando vivía en California, leí un libro interesante “El camino del artista” de Julia Cameron, en el que, entre otros temas, explicaba cómo superar los miedos a las inauguraciones.
Creía que me había servido de algo, pero ni siquiera en las exposiciones que hice en L.A., donde conocía a muy poca gente, conseguí superar el estrés.
Parece ser que es una enfermedad común en los artistas.
Debe ser algo parecido al pánico escénico.
Al convertirme en escritora, pensé que me libraría de esas efemérides pero todavía me quedan unos cuantos cuadros por vender.
En la exposición que se inaugurará el jueves, solo expongo dos carpas de Ondarreta grandes en una colectiva.
La galería es nueva y la mayoría de los artistas desconocidos para mi.
Los detalles no cuentan, solo quiero hacer bien lo que me corresponde, o sea, relajarme y disfrutar.

Necesito recordármelo constantemente.






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