martes, 20 de septiembre de 2016

CUARENTA Y SIETE







Me temo que mis esperanzas veraniegas se van a ver frustradas.
Aprenderé a aprovechar el sol cuando vuelva, no siempre está garantizado.

Pizca se va hoy.
Con ella no me queda la pena de no haber exprimido todos los momentos que he estado con ella.
Ambas somos mayorcitas y, como diría mi madre, “nuestra vida tiene un techo”.

Si algo hay bonito en esta vida y digno de dedicarle la atención, es la amistad.
Y la amistad que tenemos Pizca y yo, no solo viene de antiguo, sino que tiene intensidad, paralelismos vitales y extrema confianza.
Juntas hemos atravesado tanto los peores momentos de nuestras vidas, como los que han brillado con todo el esplendor.
Y así esperamos seguir hasta el final.

Creo que es la única persona con quien me animo a salir de mi vida monacal.
Con ella hago excursiones, conozco gente, tomo el aperitivo, charlo y sobretodo me comunico y me siento comprendida.

Ayer fuimos a comer a Heidelberg con Rosalía y Juan.
Fue la despedida.
Tampoco es el fin del mundo, porque supongo que iré a Barcelona pronto.

Por la tarde me quedé en casa trabajando.
Tenía que escribir lo de la tapa trasera del libro que me ha costado bastante pero ya está.
Finito.
Ya no tengo que dar más vueltas a ese libro, que estaba empezando a hartarme.

Y me tomé la libertad de ver tres capítulos seguidos, los últimos, de la serie Wentworth, que es la que más me ha gustado de todas las que he visto en mi vida.
Parece increíble que una serie haya podido mantenerme hipnotizada.
Tal vez haya sido porque trataba de mujeres entre mujeres, que es un mundo con el que me identifico más que con el de los hombres, del que me siento muy alejada.






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