domingo, 4 de septiembre de 2016

TREINTA Y CUATRO









Cada día me ofrece una oportunidad, por lo menos, para poner orden en alguno de los proyectos de autoconocimiento que tengo en progreso.
El de ayer fue extraordinario.
Lo había estado esperando toda mi vida, quizá cuando era joven sin saberlo, pero alcanzada una edad en que no queda tanto tiempo para subsanar entuertos, era un tema al que daba vueltas no solo estando sola, sino en las conversaciones con mis íntimas amigas con quienes lo compartía.

Hasta ayer, hasta el momento que vino la luz a mi corazón, pensaba que no había tenido una madre amorosa como yo la había idealizado.
Creía que mi madre me tenía manía, que no la divertía, que la sacaba de quicio, que le ponía nerviosa, en definitiva, que no se explicaba cómo yo podía ser su hija.

Intenté arreglarlo con psiquiatras y terapias pero no funcionó.

Finalmente, mi madre murió hace tres años y la doctora Verdugo que era la que me trataba a la sazón, me aconsejó que perdonara y olvidara.
Así lo hice, o por lo menos lo intenté poniendo en ello todo mi esfuerzo y deseo, pero había algo que no conseguía soltarse, una especie de pensamiento pegado al subconsciente.
Después hice la biodescodificación y tal vez me ayudó, pero la raíz permanecía.

Intenté dejar que el tiempo hiciera su trabajo y dejé de preocuparme, aunque cierta especie de dolor al que yo había dado en llamar “ausencia de madre”, se mantenía latente.

Ayer, al volver de la playa, hojeando FB me llamó la atención un artículo de Hellinger, el fundador de las constelaciones, que tanto me ayudaron en su día para comprender muchas cosas importantes.

Me detuve.

Lo leí con verdadero interés.
Lo volví a leer y comprendí que mi madre había sido perfecta para mi, que me trajo a este mundo y me puso en el sitio perfecto para mi crecimiento y evolución.
La acepté y me sentí invadida por un amor dulce y sereno, que me reconcilió con ella y con el mundo.


Un agradecimiento infinito llenó todas las fibras de mi ser y hoy empiezo una nueva etapa de mi vida, en la que no me siento invadida por mi madre, sino que tengo la sensación de tenerla a mi lado ayudándome en el camino.




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