viernes, 28 de enero de 2022

CUATRO MIL QUINIENTOS DOS

 





Cada vez que llamo al ambulatorio que me corresponde para que me llamen por teléfono, intuyo que una vez más me están tomando el pelo, llevo así más de dos semanas, solo ayer recibí una llamada y no me dio tiempo para levantarme del sofá y llegar hasta el teléfono, colgaron, una persona con poca paciencia. 

Todo lo que sucede en relación al tema de las enfermedades me hace dar gracias al cielo por la suerte que he tenido de tener leucemia antes de que apareciera el covid, me trataron estupendamente y justo cuando terminé la quimioterapia, empezó el confinamiento.

Siempre tengo suerte, me pregunto por qué todavía a veces tengo miedos, tendría que dedicar mi vida a dar gracias al cielo porque siempre, siempre, al final me salen bien las cosas.

Incluso el hecho de que hoy en día mi vida se haya reducido tanto me hace darme cuenta de que tengo suerte de que me guste estar delante del ordenador, tengo amigas que no lo soportan y a mí me chifla, me cuesta porque no es un tema fácil, pero me encanta.

Cada día me voy antes a la cama para poder leer más, si estoy levantada no me apetece tanto, prefiero hacerlo en la cama.

También tengo suerte de que mis hijos no me den disgustos, no son perfectos pero se comportan, son sensatos, no me los imagino teniendo ganas de salir más de la cuenta y arriesgarse a contagiarse, saben cuidarse, lo cual es un alivio para mí.

Ya tuve el gran disgusto de mi vida cuando se murió Carlos y creo que por eso puedo vivir tranquila ahora.

Cuando tuve la leucemia y estaba en el hospital lo pasé muy mal, muy mal, pensé que las dos cosas más gordas que me habían pasado en la vida fueron la muerte de Carlos y el cáncer, de índole tan diferente que no era cuestión de elegir, ambas fueron muy duras y ambas parece que no se acaban nunca, siempre están presentes, me limito a aceptarlas y a dar gracias una vez más, todo es perfecto para aprender y crecer.




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