Aunque ya tengo ganas de terminar el libro que estoy leyendo de Karl Ove Knausgård para meterme en el mundo de Emmanuel Carrère, estoy en un momento tan interesante que aunque quisiera no podría dejarlo, porque cuenta cómo se estudia en la Academia de Escritura de Bergen, Noruega.
Hay pocos alumnos y aunque todos tienen que hacer lo que les mandan, algunos se sienten atraídos por la poesía, otros por la prosa y es indiscutible que la práctica les ayuda a mejorar, funciona el hecho de estar tan involucrados en dedicarse a la escritura, algunos son muy jóvenes, otros no tanto pero todos tienen claro que quieren ser escritores.
Me recuerdan a mí cuando era joven, nunca dudé de que quería ser pintora, lo tengo en la memoria como uno de los primeros recuerdos, hasta tal punto que cuando cumplí trece años le pedí a mi padre como regalo un libro muy grande y gordo sobre Velázquez, había ido al museo del Prado y me había entusiasmado, no solo Las Meninas sino todos los cuadros que veía de él, pensé que era el mejor pintor del mundo.
Seguí viendo y conociendo pintores y pintura, sin embargo seguía pensando en que Velázquez era el mejor hasta que fui a Milán y allí, el ver el mural de La última cena de Leonardo da Vinci en el refectorio del convento de Santa María del Grazie enmudecí,nunca había visto tanta perfección, sentí algo parecido al síndrome de Stendhal, tuve que irme al hotel a descansar, me había impresionado demasiado.
Después de esa experiencia leí todo lo que encontré sobre Leonardo no solo como artista, sino también los misterios esotéricos que se encuentran en el mural como pentimento ya que algunas figuras han sido manipuladas y alguien ha pintado sobre ellas cambiándoles el sentido.
Desde aquel día soy incapaz de decir cuál es el pintor que más me gusta del mundo, todos me interesan en mayor o menor medida, sé que es importante analizar los cuadros, sobre todo la pintura contemporánea, se necesita cierta preparación para apreciarla.
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