lunes, 22 de febrero de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS CUARENTA Y SEIS

 





A veces, aunque estoy encantada leyendo la obra de un autor que me está entusiasmando, me dejo llevar por la curiosidad y me meto en un berenjenal que no me lleva a ningún sitio especial, eso es lo que me ha pasado con el libro que ha escrito Albert Boadella sobre un amigo del que canta las glorias y nunca mejor dicho, el fisgoneo ha podido conmigo, porque ese amigo estuvo casado con mi prima Meye Mayer.

Creo que ese matrimonio duró semanas, no creo que ni siquiera meses porque ella huyó despavorida, lo cual no me extraña por lo que cuenta Boadella, su amigo parece una persona que pertenece a otra época de la historia.

Yo le conocí cuando era novio de Meye, pero solo fue una comida con más gente y no guardo ningún recuerdo, excepto que estuvimos en una taberna de Neguri.

Me pregunto por qué pierdo el tiempo en asuntos que no solo no son de mi incumbencia, sino que además no elevan mi espíritu, que es lo único que de verdad me interesa.

No soy una intelectual ni lo contrario, me considero una más de la fila, que desde pequeña ha sabido que quería ser feliz y que solo la verdad podía proporcionarme lo que deseaba, por lo que no paré hasta que la encontré.

Tenía tanta sed de conocimiento y estaba tan perdida que lo único que tenía claro era que lo que me habían enseñado en mi casa, en los colegios, en los libros que leía, en los países a donde viajaba, en la universidad y en la calle, no me servía, me metí en terrenos peligrosos de los que no encontraba salida,  me equivoqué, cuando creía que mi problema no tenía solución, mi amiga Pizca Rivière, que llevaba años hablándome de lo contenta que estaba con Prem Rawat sin que yo realmente la escuchara con atención, me dijo que se iba a verle a París.

Tan lamentable era el estado en el que me encontraba y tan grande mi necesidad de ayuda, que le pregunté:

¿Crees que Prem Rawat puede ayudarme?

A lo que sin dudarlo contestó:

Es la única persona en todo el planeta que te puede ayudar (sic).

Apúntame a ese viaje por favor.

Llegué a París, vi a Prem Rawat, le saludé, le escuché y algo cambió en mi, toda la basura que tenía en mi cabeza se disipó, desde entonces le sigo, le escucho, intento poner en práctica lo que él dice y me considero una persona feliz.









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