martes, 9 de febrero de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS TREINTA Y OCHO

 




En mayor o menor medida siempre se puede leer, a veces con más placer y otras con menos, es un tema en el que la fuerza de voluntad cumple un papel si fuera necesario, no puedo negar que la delicia de enfrascarse en un libro maravilloso es uno de los máximos placeres que ofrece la vida, no obstante hay estados de ánimo que son más propensos que otros hacia la lectura, muy diferente es escribir.

Cuando se trata de escribir, por mucho que me empeñe podré teclear unas palabrejas que formen unas frases y cuando veo cuatro dedos de texto, lo leo y lo tiro a la papelera, no hay lugar para el arreglo ni para nada que se le parezca, no funciona y no hay más que hablar, creo que ese es el problema que les pasa a algunos escritores profesionales cuando no les queda más remedio que escribir bien o mal porque se han comprometido con el editor, rara vez lo cuentan en las entrevistas, sin embargo en las películas protagonizadas por escritores, es uno de los temas en los que se basan muchos guiones, pongamos el ejemplo de esos hombres que se apoyan en sus esposas y de una manera torticera han llegado a conseguir el Nobel de Literatura.

Recuerdo "La buena esposa" en la que Glenn Cose permite que sus libros se publiquen bajo el nombre de su marido, porque cree que es la única manera de salvar su matrimonio, pero cuando deciden concederle el Gran Premio, ella decide que se sepa la verdad.

La película es del año dos mil diez y siete, lo cual significa que ya no sirve la disculpa de que jamás darán ese premio a una mujer, me pregunto por qué hay tantas mujeres que sacrifican su vida, su trabajo, sus sueños, sus ambiciones en aras del amor hacia un hombre, la maternidad, la idea de formar una familia, no me lo explico, creo que nos engañan desde que nacemos y para cuando nos damos cuenta es demasiado tarde.

Hablo desde mi propia experiencia y de la generación a la que pertenezco, habiendo vivido en una ciudad de provincias, en la que para poder estudiar una carrera tuve que casarme.

Mentiría si dijera que me casé por interés, el engaño era más sutil, me habían hecho creer que el amor entre un hombre y una mujer era algo que dura eternamente y que es lo más bonito que existe.

A través de los cuentos que leía y de los que me contaban y que más tarde se convirtieron en novelas francesas, parte que de mi educación se fraguó en Francia y en francés, que aunque era bastante más moderna que en España, estaba tan impregnada de catolicismo como la española.

Al llegar a este punto algo en mí se queda congelado y me pregunte si no fui valiente para tener mi propio criterio y me resultó más fácil dejarme llevar por las circunstancias.







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