jueves, 11 de febrero de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS TREINTA Y NUEVE

 




Ha dado tanto que hablar la nueva imagen de Demi Moore en el desfile de Fendi en París, que al ver el extenso artículo que sobre ella y su trayectoria publica Vanity Fair, me ha apetecido contar el encuentro que tuve con ella en el supermercado orgánico de Malibu, cuando ambas vivíamos en Los Ángeles, California.

Yo tenía casi cincuenta años y había empezado a ir a la Pepperdine University con la intención de  perfeccionar mi inglés, para lo cual me apunté a varias asignaturas, Inglés americano, Hablar en público y análisis retórico, Historia del arte, tal vez alguna más que ya no recuerdo, había estudiado Bellas Artes en la UPV (Universidad del País Vasco) con veintitantos años y pensé que sería algo parecido, grande fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que mi memoria fallaba, así que sin pensarlo dos veces me fui a la sección del supermercado donde vendían pastillas, en California todo se arregla con vitaminas.

La encargada de esa sección se hizo cargo de mi problema y empezó a explicarme las ventajas del Ginkgo Biloba, yo escuchaba con gran atención por lo que me sorprendió que de repente, sin venir a cuento, me diera la espalda de la manera más abrupta posible, lo cual hirió mi amor propio hasta extremos insospechados, pero más fuerte aún que mi orgullo fue la curiosidad que me invadió por descubrir cual había sido el motivo de semejante comportamiento, por lo que esperé y al ver que no volvía, miré y la vi hablando con Demi Moore a quien explicaba algo, con mucho más entusiasmo del que había hecho gala conmigo.

Ante semejante hallazgo, comprendí a la vendedora y seguí haciendo mis compras con tanta suerte que al llegar a la caja me tocó justo detrás de Demi y puede verla con calma y sobre todo escuchar su voz grave y dulce al mismo tiempo, muy carismática. 

Respecto a su físico, no creo que me habría llamado la atención si no hubiera sabido quien era, ya que iba vestida muy discreta con un vaquero y una camiseta negra, el pelo corto, zapatos bajos y lo único especial fuera tal vez el pecho operado, los artistas que viven en Malibu no intentan llamar la atención, nadie se vuelve loco por haber visto a Demi Moore o a Barbara Streisand o por tener el mismo profesor de tenis que Dustin Hoffman, sin ir más lejos mi hijo Mattin que trabajaba en un restaurante italiano, servía la cena a menudo a Shirley Maclaine.

Martin Sheen, el protagonista de El ala oeste de La Casa Blanca estaba tan acostumbrado a verme en Correos que me saludaba con toda naturalidad.

Ahora, en la distancia y viviendo en Getxo me parece mentira haber visto por la calle a tantos artistas, a Mattin no le llamaban la atención, estaba acostumbrado, un día me dijo que había visto a Al Pacino en el Café Internacional de Santa Mónica y otro día me contó que había conocido a Olivia Newton Jones en casa de su amigo Ben, a donde iba con frecuencia para hacer música.

Malibu es una playa y tiene algunos puntos en donde se encuentran las tiendas imprescindibles, Correos, Bancos, supermercados, restaurantes, peluquerías, en seguida te conocen y hay muchos actores y actrices que viven por allí, es un lugar muy agradable, por eso no resulta difícil tropezarte con algunos de ellos de vez en cuando.

Un día fui a tomar un zumo de zanahoria y manzana en Energy y aunque parecía que estaba vacío, allí vi, discretamente en una esquina de la barra a Pierce Brosnan con un niño como de siete años que por lo que he leído en internet debe ser el menor de sus hijos Dylan o Paris, no lo sé, ha pasado mucho tiempo.

Me pareció guapísimo, era muy discreto y estaba muy bien vestido, se notaba que no es americano, es irlandés y no solo es actor de cine, sino también arquitecto.

Al principio me impresionaba ver a los actores pero luego me acostumbré, sobre todo una temporada en la que recogía a Mattin en Guidos, el restaurante italiano donde trabajaba a donde iban mucho los actores de la zona porque es muy discreto.








No hay comentarios:

Publicar un comentario