martes, 24 de noviembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO SETENTA Y SIETE

 




He estado tentada de escribirle a Mattin un Wasap respondiendo a lo que me preguntó hace unos días, mientras disfrutábamos de una opípara cena que él había preparado.
Con su tranquilidad habitual y en tono reposado me dijo:

Ama, nunca me has hablado de cómo te sentiste cuando se murió Carlos.

Se refería a su hermano, a quien no tuvo ocasión de conocer porque murió ahogado en la playa de Barrika, nueve meses antes de que él naciera*.
Me pilló de sorpresa, es un tema del que rara vez hablo, motivo que siempre ha despertado curiosidad entre los psiquiatras, psicólogos y terapeutas que me han tratado.
Me quedé muda, no sabía qué decirle, yo no puedo hablar de ese tema que ni siquiera sé si está superado y tampoco quiero decirle a nadie y menos a Mattin que se lo puede imaginar, porque no quiero contribuir a que pase un mal rato, lo cual no impide que me quedé pensando y recordé que me costó darme cuenta de lo que significaba que haber perdido a mi hijo pequeño, a quien adoraba y a quien ya nunca volvería a ver.
Tenía que aceptarlo porque era un hecho que no tenía remedio, solo dependía de mí y no fue fácil porque aunque quería asumirlo, algo en mí, que no dominaba se empeñaba en que Carlos estuviera vivo.
No me di cuenta hasta que volviendo en coche de algún sitio con mis cuñadas, hablaron de hijos y cuando me tocó a mi, dije que yo tenía tres y Totola dijo:

No Blanca, tu tienes dos.

Me sorprendió y en seguida me di cuenta de que tenía razón, sin embargo me costaba encajarlo.
Me quedé pensativa e intenté, una vez más trabajar la aceptación.
Puse gran empeño en dar ese paso y cuando estaba a punto de conseguirlo, empecé a sentir un inmenso agradecimiento por haber tenido la oportunidad de vivir casi siete años con un ser deslumbrante, Carlos irradiaba alegría, simpatía y sin ser una belleza clásica, tenía un encanto arrollador, era mucho más guapo que los que solo son guapos.
Me dediqué a dar gracias a Dios por hacerme concedido el privilegio de conocer y convivir con una persona tan brillante.
Era muy especial, no tenía miedo a nada ni a nadie, parecía mentira que siendo tan joven, murió antes de cumplir siete años, supiese cómo quería vestirse, llevaba el pelo muy largo y se ponía las camisetas todas las camisetas que tenía, una encima de otra, mucho antes de que eso estuviera de moda y mientras su hermano Jaime que solo le llevaba trece meses y estaban siempre juntos, se ponía pantalón gris de franela y corbata con jersey de pico sin mangas, Carlos iba con vaqueros y se comportaba como si fuera una persona hecha y derecha.
Cuando venía algún tío a visitarnos, a veces les decían a los tres:

¿Alguien quiere dinero?

Beatriz y Jaime iban corriendo mientras Carlos se quedaba quieto y seguía haciendo lo que fuera y cuando extrañado, el que repartía le preguntaba:

¿No quieres dinero Carlos?

Él contestaba tan tranquilo:

No, no necesito.

No voy a hablar más, yo tampoco necesito, por lo menos, ahora.




*nueve meses exactos: Carlos murió el 13 de julio de 1966 y Mattin nació el 13 de abril de 1977





No hay comentarios:

Publicar un comentario