miércoles, 11 de noviembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO SESENTA Y CUATRO

 





A veces me encuentro en la clase de Pilates con Marisol Juaristi a quien conozco desde pequeña, porque estábamos juntas en el colegio de la Vera Cruz de Bilbao, a donde yo iba hasta que me mandaron interna a Madrid a los trece años.
Marisol Juaristi me gustaba y me sigue gustando porque tiene mucha fuerza y un carácter extraordinario.
Es de mi edad, está casada y hace unos años empezó a tener Parkinson, una enfermedad muy seria y desagradable.
Cuando nos encontramos por primera vez después de haber estado muchos años sin vernos, yo ni siquiera me acordaba de ella, solo de su nombre pero poco a poco, a medida que le iba viendo me venía a la cabeza la admiración que sentía por ella, era traviesa, simpática, vital y ahora, a pesar de esa enfermedad, lucha por mejorar y va consiguiendo superar la parte más dolorosa, no se deja vencer, se hace todos los tratamientos que le indican los médicos y las terapias naturales que, aunque no nota demasiada mejoría le ayudan a vivir.
Ella está en contacto con las amigas que teníamos cuando yo estaba en el colegio, a las que yo dejé de ver al irme a Madrid, luego a Burdeos y luego me casé y me vine a Getxo y cuando estudié Bellas Artes no coincidí con ninguna de aquellas amigas de las que Marisol me habla y me impresiona lo que me cuenta, porque la mayoría tiene problemas bastante más gordos que los míos, como Alzheimer, Parkinson y otros que ya no recuerdo, es espantoso comprobar cómo nos vamos deteriorando, la edad no perdona.
Al salir de clase le he preguntado al profesor de Marisol, a ver qué tal la encontraba y me ha confesado que le impresiona su afán de superación, me ha dado gusto saber que mantiene la fuerza que yo le recordaba y que a pesar de lo difícil que es vivir con tanta dificultad, ella sigue haciendo su esfuerzo y tiene coraje para no desanimarse y ser siempre cariñosa y estar de buen humor.
Cuando le pregunto por su marido me contesta con cierta ironía que trabaja mucho.
Me da gusto estar con esas amigas a las que he conocido desde la infancia y hemos vivido en Bilbao, donde la vida de ciudad era muy diferente de la que se vive en Getxo, sobre todo ahora que no podemos salir del municipio, porque yo reconozco que la mitad de mi vida la he vivido en Bilbao, ya que el mundo que yo frecuentaba estaba en Bilbao, las galerías de arte, las inauguraciones, los museos y los asuntos que me interesaban.









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